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"Aquí nadie / tiene derecho a distraerse, / a estar asustado, a rozar / la indignación, a exclamar su sorpresa". F.U.
jueves, 31 de marzo de 2011
Los niños y los medios de comunicación, a propósito de Pakapaka, por Julián Axat
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jueves, 24 de marzo de 2011
"¿Te considerás incluido en el movimiento peronista?", le preguntó el periodista de Primera Plana a Rodolfo Walsh
Te considerás incluido en el movimiento peronista?", le preguntó el periodista de Primera Plana a Rodolfo Walsh.
lunes, 21 de marzo de 2011
Templanza, por Carlos Aprea
Un detalle muy presente en los actores con poca o nula experiencia escénica suele ser la sobreactuación, y digo detalle y no defecto ya que, en numerosas ocasiones, su sobreabundancia termina por definir un estilo, aún cuando ese estilo, como sucede también en la literatura, este cargado de respuestas esquemáticas y retóricas previsibles. Porque en todo caso, al igual que sucede con espadas y cuchillos, solo un buen temple garantiza el desempeño correcto de su finalidad. Y el temple no es una mera cuestión de atravesar los fuegos y calores adecuados. No es, tampoco, un lógico destilado de la experiencia sino más bien la puesta en oficio de una virtud: la templanza.
Claro esta que, para quienes venimos escaldados de antiguas experiencias con iglesias estrechas, la mención a una virtud cardinal suele esparcir en nuestros pobres cerebros, humos de sacristía que producen espanto. Pero, no más superado el prejuicio y comprobado que aún gente realista y ajena a los dogmas, como Norberto Bobbio, ha reflexionado sobre dicha virtud (ver Elogio de la templanza), conviene ir liviano de temores al centro de nuestra propuesta.
Para quienes observamos con entusiasmo más o menos militante el actual proceso social y saboreamos con deleite el renacido interés por la política (que nos remite a otras gozosas épocas), no ha dejado de preocuparnos una aparente paradoja que viene presentándose con creciente frecuencia: en un presente con notables consensos para el actual gobierno, hechos y situaciones que, a nuestro juicio, deberían ser justipreciados en función del interés del conjunto social, de las grandes mayorías nacionales, y en virtud de ello, merecer una cauta y sosegada reflexión, pasan a ocupar, para nuestro asombro, el centro de un imaginario ringside, en un Luna Park donde, dichas mayorías, no solo no han solicitado entrada, sino también desconocen su exacta ubicación y su precio, porque no es ese el centro de sus preocupaciones. Nos referimos tanto a la polémica por la presentación de Vargas Llosa en la Feria del Libro, como a la más reciente puesta en escena de una nueva condena mediática: el caso de Hugo Moyano y los vaivenes de una operación claramente destinada a dividir y golpear al actual gobierno y limar su chance electoral, más allá del color o la limpieza exacta de la conciencia del actual jefe de la CGT, que no es el motivo real de este embate.
Es que no hace falta ser más que un lector apenas avisado para advertir que esto es solo un capítulo más del despliegue de poder comunicacional de quienes, detentando una posición dominante en el espacio audiovisual (construida por décadas, al calor de todo tipo de transacciones bajo cuerda y con la complicidad de todo el arco político argentino y todos los gobiernos de facto) poder que consideran en jaque desde la aprobación de la nueva Ley de Medios, se esfuerzan día a día para horadar toda credibilidad y entorpecer al gobierno nacional. Las revelaciones que han ido apareciendo sobre el armado de la operación mediática, no dejan dudas al respecto y, más allá de nuevos detalles por venir, esta claro también que la batalla no se detendrá, por lo menos hasta el resultado de las próximas elecciones, donde entre otras muchas cosas, se juega, precisamente, el destino de esta importantísima Ley. Ante la ausencia de una oposición que este a la altura de las circunstancias históricas (y a la altura de la riqueza semántica y política de Cristina Fernández de Kirchner) esta es, a nuestro entender, la principal batalla política que enfrenta el actual gobierno.
Es bajo este razonamiento y en virtud quizá, de ciertas enseñanzas de un pasado tan jacobino como solitario, es que apelamos a repensar a la templanza como virtud a revisar en estos días. Templanza para no caer en la trampa del propio incendio, por una pasión azuzada hasta la violencia por quienes solo quieren agotar nuestro combustible y desmoralizarnos. Templanza más como constancia en la lucha, con el ritmo y la reflexión adecuados, que como mera moderación. Templanza activa y alerta en las charlas y acciones compartidas y en el sentido de la parábola de Antonio Machado:
“Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;(...)”.
miércoles, 9 de marzo de 2011
Américo Cristófalo, la polémica por el escribidor
Por razones que no sería pertinente delimitar aquí, algo –llamémoslo provisoriamente deseo– comprende la distinción entre novela estándar y novela, probablemente porque la novela moderna buscó desde siempre la negación de la novela. Esta cualidad negativa fue uno de sus rasgos fuertes hasta aproximadamente la década del ‘80. Hablo de la potencia que dio lugar a Ulises, a Molloy, a las sagas faulknerianas, por citar momentos clásicos, o entre nosotros novelas como, Cuerpo a cuerpo, de David Viñas o El amhor, los orsinis y la muerte, de Néstor Sánchez, o La experiencia de la vida, de Leónidas Lamborghini. El debate hasta aquí viene excluyendo con todo cuidado lo que se revela en la política de las formas. Se define al ex candidato como escritor de derecha porque opina y propaga argumentos tópicos de la derecha política. A mi modo de ver, Vargas es un escritor de derecha porque ha sabido interpretar y cumplir con evidente docilidad, libre sometimiento y sentido de ocasión, el giro general que a partir de los años ’80 se recomendó aplicar y se recomienda seguir aplicando desde los grandes consorcios editoriales. Pasado el suspiro verde-continental del boom, para superar 20 mil ejemplares había que acomodarse al conjunto de normas de la industria editorial, tardíamente alcanzada por conocidos y quizás inevitables movimientos de concentración, bancarización y virtualización financiera, movimientos que dieron paso a la moneda universal única de la novela, el mismo relato escrito una y otra vez en Tokio, Londres, Buenos Aires o Lima, con variantes de ingenio, mayor o menor competencia técnica y en lenguas llamadas neutras. Un lenguaje de novela que no tenía el alcance que llegó ahora a tener cuando Barral era todavía el señor Carlos Barral, y Gallimard el señor Gastón Gallimard, y los dueños del negocio no eran fondos de inversión que apresuran resultados a Prisa. Es al menos ingenuo pensar que los grandes procesos de monopolización editorial se limitaron a cambiar la forma y fachada del negocio. Tuvieron y tienen una incidencia no del todo entendida, asumida irracional o deliberadamente, sobre las elecciones formales, los procedimientos técnicos y la ideología literaria. El malentendido es fenomenal. Vargas es un escritor de la derecha porque opina lo que opina y porque en correlato habla plácidamente la lengua mitológica, oscura y redundante de las fórmulas salvajes que impuso la industria cultural. Escrituras como las de Viñas o Lamborghini (ver Tartabul, 2006; ver Trento, 2003) persistieron en cambio y a través de la novela sobre tonos dramáticos, satíricos y desmitificadores de la cultura. No está de más agregar al debate que Vargas, su premiado trabajo de novelista, responde al llamado celestial del mercado y que ese llamado es un mandato acerca del buen hacer narrativo: claridad y sucesividad de trama, personajes consistentes, equilibrio, intriga, peripecias ocurrentes, enciclopedismo histórico, psicología, destreza de voces, etc. El conjunto de apreciaciones que domina la correcta literatura con agregados de color existencial, altisonancias culturales, alardes profundos, aburrimiento insípido, frases solemnes y empalagosas. Cartón lleno.
Por la vía de las comparaciones y semejanzas se escucha insistentemente en estos días, y como réplica a la discreta sugerencia de Horacio González, llevada al paroxismo de la sordera y la deformación: “¿Y qué hubieras hecho si la inauguración de la Feria se la daban a Borges?”. Refiero la ligera comparación “ideológica” entre Borges y Vargas, definidos según se dice por una común costumbre conservadora. Dicho muy rápidamente, Borges permaneció en la lengua Borges, permaneció irónicamente exterior a la lengua del espectáculo. Habló una lengua acriollada, una lengua reminiscente, que se estimó elegante en la elusión o la cita estereotipada de tonos plebeyos, una lengua que se presentó según linajes argentinos, una lengua escrita sobre una superficie muy delgada, que quiso arrogarse una vaga hazaña incorpórea. Esa lengua tan reconocible y problemática para lectores argentinos, objeto discutible para el oído puesto en otros lenguajes argentinos, no está sin embargo arraigada en la difusión contemporánea de las reglas y ritmos de la industria editorial. Vargas Llosa, según esta somera hipótesis, se movió en el sentido de la nueva derecha cultural, se inclinó a su lengua, la propagó tanto en su catálogo de opiniones como en su obra de narrador. Y para un lector atentísimo a los matices, a las implicancias políticas de la lengua y las paradojas borgeanas como Horacio González, imagino, o mejor, tengo la certeza de que esta comparación debe resonarle como uno más de los muchos absurdos que inesperadamente se pusieron en marcha esta semana.
El segundo supuesto, la idea de que las instituciones públicas no deben opinar, ni ejercer ninguna tarea crítica respecto de las iniciativas privadas, define un tejido político, una ciudad –mal que le pese al seudoliberalismo contemporáneo– muy escasamente republicana. El estado de derecho no se define sólo por el monopolio de la fuerza, por la sujeción a la ley o el cumplimiento de las obligaciones y garantías civiles; es también, como se sabe, un dispositivo de mediación en la conflictividad social. La industria de la cultura no es un bloque homogéneo, está compuesta por una multiplicidad de actores e intereses enfrentados. Y la Feria del Libro es un objeto cultural de la misma naturaleza que los medios de comunicación. Un objeto de masas. Uno o dos grupos de empresas editoriales, empresas de composición financiera de capital, empresas que controlan y obtienen los mejores precios de insumos, capaces de grandes programas de marketing, empresas asociadas a gigantescas cadenas de distribución nacional e internacional, empresas que representan el 5 por ciento de las casas de edición que funcionan en el país y que dominan cerca del 80 por ciento del mercado, esas empresas que convierten a Majul en escritor y lo llevan a altísimos niveles de venta, esas empresas, de las que el conferencista Vargas es socio y amigo, las mismas que rigen pautas y consensos formales acerca de lo que debe ser una novela, son las que lo proponen y promueven junto con oscuras asociaciones y fundaciones emparentadas con la escuela de Chicago y con los amigos hollywoodenses del rifle. ¿Por qué no habrían de expresarse acerca de esta realidad las instituciones públicas, universidades, bibliotecas, secretarías y subsecretarías que están en relación con la vida cultural? ¿Por qué no habrían de expresarse críticamente los intelectuales argentinos o aun las empresas, los escritores y artistas que padecen las brutales asimetrías del sector?
Cristina Fernández interpretó con toda eficacia el tenor del debate, y desde su investidura puso sin ningún género de duda que en ningún caso se trata de impedir al señor Vargas (a pesar de sus conocidos desvaríos acerca del carácter del gobierno argentino, de los argentinos y del clima en el que estamos) que nos deleite e instruya con su conferencia inaugural. Entiendo sin embargo que este no fue un modo de clausurar el debate, sino más bien un modo de inspirarlo y extenderlo. Si este episodio quedara en la mera anécdota –como escuchamos decir sistemáticamente en los medios de comunicación y por boca del propio Vargas– de que un “pequeño grupo” de intelectuales “vetó” su palabra sacerdotal, se habría empobrecido y disuelto el interés real que representa y que apunta a una reflexión seria a propósito del estado de la cultura, de sus industrias y de las políticas culturales. ¿No es este momento argentino un momento propicio para dar con intensidad los debates que, comparables con las discusiones sobre ley de medios, pongan foco sobre cuestiones de primer orden como la democratización de la palabra, el libro, la educación literaria, los usos de la lengua?
Dos palabras más acerca del furor comparativo que se ha despertado. Abel Posse, por ejemplo, argumenta en televisión en el sentido de que los dichos “provocadores” de un escritor no deben alarmar, y que la provocación de Vargas es comparable a las de Flaubert o Baudelaire. Si la comparación con Borges no resiste discusión, esta otra resulta una enormidad disparatada. Flaubert o Baudelaire, dos casos bien conocidos de desprecio de la moral dominante, señor Posse. Usted y muchos, aunque difieran de usted, no entienden que Vargas está rendido al discurso difuso o uniforme de la mercancía espectacular; acoto que no es alarma lo que ocasiona, sino más bien, y en el terreno de las emociones primarias, otra que educadamente declino nombrar. Son frágiles y huidizas las acciones, pero diremos que el teatro de Vargas presenta al profesional correcto, en su círculo acumulativo, en su régimen de conservación, que nada tiene eso que ver con las distancias flaubertianas, con la invención idiomática de Borges, con el derroche baudelairiano. Ni tampoco con el riesgo de escritor que ha asumido Horacio González, del mismo modo: en sus declaraciones públicas como en sus libros y artículos, como en su extraordinario trabajo al frente de la Biblioteca Nacional. La literatura se hace siempre con la vida, señor Posse. Diremos algunas obviedades más para terminar: que la prohibición legal que pesó sobre Las Flores del Mal se levantó en Francia casi un siglo después de su primera y condenada edición. Que ese libro cambió el destino de la lengua poética, que Bouvard y Pécuchet desafió la metafísica tradicional de la novela, y que los libros de Vargas, pienso, no han ido más allá de las formas convencionales de la literatura moderna.
Américo Cristófalo. Director de la carrera de Letras, UBA.
Pablo Castillo y bienvenidos los Vargas Llosa
En los últimos días, la invitación al Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, para que dé el discurso inaugural de una nueva edición de la Feria del Libro, y la posterior carta del director de la Biblioteca Nacional solicitándoles a las autoridades de ese evento que revieran la posibilidad de que el autor de La ciudad y los perros funcione como anfitrión y editorialista de la muestra suscitó una serie de discusiones y controversias. Malentendidos solamente disipados –al menos parcialmente– por la oportuna intervención de la Presidenta de la Nación comunicándose con el propio González para que retirara su carta con ese pedido inconveniente, cosa que éste hizo dignamente y con un encomiable sentido colectivo de pertenencia.
Que Vargas Llosa –un referente de la derecha más rancia del continente– utilizará sus títulos literarios y su reciente Premio Nobel para pronunciar seguramente un discurso contrario a los intereses populares, es lo más probable.
Que la Feria del Libro, más allá de las grandes corporaciones editoriales que la patrocinan, es un lugar entrañable para muchos que pasamos los cuarenta es también válido; quizá, por eso mismo, imaginar la escena de inauguración de esta feria 2011 de esta forma duela más de lo necesario, es igualmente cierto.
Pero debemos entender que esta vez –quizás una de las pocas veces– la herramienta que utiliza el neoconservadurismo para expresar su posición es legítima. ¿Cuántas veces García Márquez, amparado en pergaminos similares aprovechó foros ajenos para criticar el bloqueo norteamericano a Cuba o defender alguna justa causa latinoamericana?
Que los propósitos sean mejores en esta discusión es casi una anécdota. Tampoco alcanza con el argumento de las críticas sobre la historia y los intereses que se esconden y se mueven detrás del Nobel cuando hace apenas unos meses deseábamos genuina y militantemente que el de la Paz del año pasado se lo otorgaran a la querida Estela.
La intervención de la Presidenta reproducida –incluso con elogios algunos tan interesados como inesperados– por los periodistas de los grandes medios pareció dejar fuera de juego la interpretación propia de los acontecimientos. La celebración de Marcelo Longobardi a Cristina se oía “raro” hacía ruido.
Sin embargo, las palabras de la jefa de Estado sonaban contundentes, interpelaban a la militancia política, social y cultural desde otro lugar del que la decodificaban los formadores de opinión hegemónicos. Y a pesar de eso, no lográbamos darle la dimensión adecuada a sus conceptos.
Aquellos que militamos la nueva Ley de Servicios Audiovisuales, debemos reconocer que las mayores dificultades que tenía (y tiene) esa pelea consiste en desarmar la naturalización de cierta escena montada por la prensa dominante, que combina en un único acto: empresas periodísticas supuestamente asépticas con periodismo supuestamente independiente enfrentando la voracidad de la mirada y la intervención estatista.
Con Vargas Llosa la situación es completamente distinta. Sale a defender los intereses de un capitalismo anacrónico, con miradas binarias y superficiales lejos de entender los distintos niveles de complejidad que tiene el proceso latinoamericano actual. Confronta abiertamente. Es un militante de la reacción.
Bienvenidos, los Vargas Llosa. Que la derecha vernácula tenga que organizar su discurso mediático opositor alrededor del episodio Feria del Libro 2011 habla de su debilidad política y cultural. No de su fortaleza.
Que la historia de Elvira-Mamaé de la señorita de Tacna o la leyenda del irlandés Roger Casement en El sueño del celta, criaturas apasionantes y en algún punto transgresoras, merecieran otro comportamiento de su padre en la vida real, eso es, decididamente, parte de otro capítulo.
En Página/12 de hoy, miércoles 9 de marzo de 2011.
Pablo Castillo. Psicólogo y Magister en Comunicación (UNLP).
domingo, 6 de marzo de 2011
Fernando Alfón, la lengua mítica del Marqués de Vargas Llosa
viernes, 4 de marzo de 2011
Roberto “Tito” Cossa, acerca de Vargas Llosa
De última, serán los medios hegemónicos los que impulsarán y amplificarán las barrabasadas que el autor de La casa verde vomita acerca de la Argentina y los argentinos.
¿Qué hacer? En principio, aguantarlo. Serán dos o tres días de show y tendremos a Vargas Llosa metido hasta en la sopa. Pero me parece que los intelectuales, los artistas, los científicos, en fin, todos los que integramos el mundo cultural y que –con mayores o menores diferencias (o ninguna)– apoyamos este proyecto político, salgamos a decir lo nuestro. Somos muchos y muy representativos. Probablemente, Vargas Llosa conozca a algunos por sus obras; a otros de nombre y no faltará algún asesor que le informe quién es quién en Argentina.
Propongo que le hagamos una carta para desasnarlo, porque me parece que el escritor peruano-español desconoce algunos datos importantes de la historia argentina. Habría que explicarle, por ejemplo, cómo le fue al país cuando gobernó el populismo y qué consecuencia le trajeron las políticas que él defiende. Empezando por 1945-1955, con el acceso de Perón, clásico populista. Entre 1955 y 1963 se aplicaron las políticas antipopulistas. Entre 1963 y 1966 volvió el populismo, con un gobierno que anuló los contratos petroleros. Entre 1966 y 1973 reaparecieron las políticas antipopulistas. Pero en el ’73 volvió el populismo hasta la muerte de Perón. Y otra vez el antipopulismo hasta 1983, cuando reapareció el populismo radical. Pero el antipopulismo renació en 1989 hasta 2003. Y, desde 2003, hasta ahora, ¡otra vez! el populismo.
Habría que proporcionarle cifras que demuestren la marcha de la economía con uno y otro modelo. Y recordarle que los antipopulistas bombardearon Plaza de Mayo, destruyeron la universidad pública y provocaron la desaparición de 30.000 argentinos.
Y, de posdata, preguntarle, señor Vargas Llosa, ¿cómo puede ser que entidades emblemáticas como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo apoyen a este gobierno populista?
Roberto “Tito” Cossa es dramaturgo.
En Página/12 de hoy, viernes 4 de marzo de 2011.
jueves, 3 de marzo de 2011
Jorge Ariel Madrazo y dijo el demócrata Vargas Llosa
Dijo el demócrata Vargas Llosa:
"Argentina es un galimatías que nadie entiende". "Hay una responsabilidad de los argentinos en la tragedia que viven: no tan injustamente les pasa lo que les pasa". Y: “La Argentina es un país incurable, UN AQUELARRE”.
"...Los argentinos... han querido ser pobres, vivir bajo dictaduras, han querido vivir dentro del mercantilismo más espantoso. Hay una responsabilidad del pueblo argentino en lo que ha ocurrido. Es lo que tendría que reconocer Argentina. Nadie les hizo lo que tienen. Lo hicieron ellos, lo construyeron ellos. A mí me espanta lo que ha ocurrido en Argentina. Porque yo me acuerdo la primera vez que fui a Argentina me quedé maravillado con el nivel de cultura que tenía la Argentina, era un país de clase media, prácticamente no había pobres en el sentido latinoamericano de la pobreza".
(Sin decir, es claro, ni una palabra acerca de la más feroz dictadura militar y empobrecedora del planeta, y que obviamente no fue electa en las urnas).
Vargas Llosa no ocultó su enojo contra el matrimonio K al preguntarse "¿cómo puede estar una pareja como los Kirchner gobernando ese país? Qué degradación: política, intelectual ¿Cómo es posible? Por eso para mí es un galimatías indescifrable".
Mempo Giardinelli y Vargas Llosa en la feria porteña
UNA TRAMPITA O POCO CUIDADO
En estos días se discute, en diversos ambientes vinculados con la literatura y la industria del libro, la invitación a Mario Vargas Llosa para que inaugure la Feria del Libro de Buenos Aires este año.
El más reciente Premio Nobel de Literatura es un grande de las letras latinoamericanas, maestro de por lo menos dos generaciones y no sólo en Perú y aquí, sino en el mundo entero. Debiera ser considerado honrosísimo y muy oportuno que una personalidad tan destacada venga a la Argentina a abrir nuestra feria mayor, seis meses después de haber sido galardonado en Estocolmo.
Sin embargo, esta vez es absolutamente cuestionable que se lo haya invitado a dar el discurso inaugural. Porque se trata, cada año, de un discurso político. Lo cual debería imponer un extremo cuidado a los organizadores, a la hora de invitar a quien lo pronuncie. Y eso es lo que no ha habido en este caso. Por eso estuvo bien Horacio González en su carta, como estuvo bien la Presidenta después. Pero caben otras consideraciones.
La posición política e ideológica de Vargas Llosa es conocida en todo el mundo como propagandística del más dogmático neoliberalismo; por lo tanto es desaconsejable invitarlo a abrir la Feria, pero del mismo modo que sería desaconsejable invitar a cualquier representante dogmático de cualquier otra posición doctrinaria. Esa es la cuestión central de este episodio.
Es cierto que el maestro Vargas Llosa hace menos de un año anduvo haciendo y escribiendo declaraciones muy agresivas acerca de nuestro país, nuestros gobiernos y nosotros los argentinos. Fueron declaraciones no sólo provocadoras sino también, y por decir lo menos, desinformadas y prejuiciosas; injustas y gratuitas.
Nada de eso ameritaría distinguirlo, por lo tanto. De donde invitarlo a abrir la Feria magna de este país y este año es, y otra vez por lo menos, un error. Y una tontería si fuera una decisión ingenua, que no es lo que parece. Porque alguien –ignoro quién o quiénes– parece haber buscado que esta feria, en año electoral, sea una piedra en el zapato del Gobierno.
Y eso es lo irritante. Porque pone a la Presidenta en un lugar gratuitamente incómodo. Si asiste, se comerá un discurso ofensivo, desinformado y provocador. Y si no va, quedará colocada en un lugar de cobardía.
Peor aún: si va y escucha y no responde, acabará contrariada. Y si va y escucha y responde (que es lo más probable), entonces la prensa española y la prensa argentina neocolonizada la despedazarán diga lo que diga.
No hay salida. Y ahí está la trampa.
Por lo tanto, el problema no es el Premio Nobel Vargas Llosa, cuya consagración fue irreprochable porque en él se premió una estética literaria moderna, innovadora, original y escrita en los márgenes de la civilización imperial. El se prestará a este juego por afinidad ideológica, y porque más allá del enorme narrador que es, también es un cruzado neoliberal, de esos que se espantan ante cualquier gesto o corruptela kirchnerista, pero a Menem le toleraron sin chistar que nos rifara el país, el petróleo, los ferrocarriles, los puertos y la mar en coche.
Pero si el problema no es Vargas Llosa –que ya que fue invitado debe venir, y hablar, y decir lo que se le ocurra, que es lo que corresponde en un país democrático y en el que sí impera la libertad de expresión–, entonces el problema son las autoridades de la Feria del Libro. Obviamente no todas, porque conozco esa institución a la que respeto desde hace años. Pero alguien ahí, no sé si una interna o algún dinosaurio/a extraviado, ha jugado esta baza inteligente: es difícil, casi imposible oponerse a la idea de un último Nobel, y además latinoamericano, para abrir la Feria.
Me parece, pues, que simplemente habría que repudiar esta invitación si él viene a pronunciar un discurso político (lo que me parece altamente probable). Y habría que aplaudirla si viene a dictar una conferencia magistral sobre Literatura, materia en la que es docto como pocos y sin dudas deleitará al auditorio. Sería bueno que se conozca desde ahora el título de su discurso, aunque es obvio que luego el maestro Vargas Llosa dirá lo que se le antoje, y en mi opinión no se privará de esgrimir en su texto dardos, estiletes e ironías. Allá él.
Pero una cosa es una cosa y otra es que alguien parece haber hecho una trampita en este asunto. Para convertir la organización de la Feria del Libro en una especie de Mesa de Enlace intelectual, utilizando la figura de Mario Vargas Llosa, y acaso con su beneplácito. Penoso episodio, si fue así.
La mujer de Vargas Llosa y la Feria del Libro
La voz principal, la que faltaba, finalmente se hizo escuchar y minimizó el asunto: el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, calificó ayer de “absurda” la polémica generada por un grupo de intelectuales que rechazaron su participación en la apertura de la 37ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Sin embargo, el escritor dio su parecer a través de una particular vocera: “Mario no quiere de ninguna de manera ir a la Argentina a abrir una polémica o armar un escándalo”, sostuvo la esposa del escritor, Patricia Llosa, en declaraciones publicadas por el diario español ABC. El escritor, retransmitió su esposa, consideró que “todo es absurdo”. “La Feria del Libro es un espacio para la literatura”, opinó Vargas Llosa por medio de su esposa, sin darles tanto peso a la puja y al debate de ideas políticas.
Vargas Llosa y la Feria del Libro, sigue el debate
Con menos decibeles, el malestar sigue
Carlos de Santos, presidente de la Cámara Argentina del Libro y destinatario de las dos cartas de Horacio González, dice que “lo más importante es tratar el problema y buscar soluciones que contemplen todas las opiniones y posiciones”.
El “caso” podría caratularse como el significado que tiene darle la palabra a un escritor. Un peso pesado, en más de un sentido. “No es una lucha de barras bravas por la camiseta; es un debate de ideas y todos tienen derecho a opinar.” Carlos de Santos, presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL), el destinatario de las dos cartas que escribió el director de la Biblioteca Nacional (BN), Horacio González, sintetiza el estado de la polémica que se generó al elegir a Mario Vargas Llosa para la apertura de la 37ª edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. “No hice ninguna declaración hasta ahora; preferimos bajar los decibeles porque cada uno que habla multiplica los ruidos. Pero no significa desconocer el malestar; el debate está bien y tiene que continuar. Horacio es un intelectual que toma posiciones y argumenta. Lo respeto mucho y quiero que siga opinando”, subraya De Santos a Página/12. Coincide, en el planteo, Gustavo Canevaro, presidente de la Fundación El Libro, la entidad organizadora del encuentro que optó por aprovechar la visita del escritor peruano, el “primer Premio Nobel que abriría la Feria”.
De Santos cuenta que la objeción del director de la BN está siendo considerada por la CAL. “La decisión de que Vargas Llosa inaugure se tomó en términos estrictos de valores literarios y conveniencia para la feria –explica–. Si uno pudiera traer un Premio Nobel a cada edición, sería magnífico. El escritor que habla durante la apertura tiene que ser representativo de la mayoría del millón de personas que visitan la Rural para que nadie se sienta agraviado; ésa sería la posición del sector.”
–Pero justamente son muchos los escritores, no sólo los denominados “intelectuales K”, que se sienten incómodos o agraviados porque le darán la palabra a Vargas Llosa. ¿Cómo se puede resolver este problema?
–Todo lo que diga hoy será un obstáculo para encontrar soluciones satisfactorias y cerrará el camino hacia la solución. Ahora lo más importante es tratar el problema y buscar soluciones que contemplen todas las opiniones y posiciones. Esto, como quedó demostrado, es un debate de ideas y no un cercenamiento de la palabra de un escritor. Que se abra el debate y que se discuta, para eso está la Feria. Y los libros.
Canevaro dice que la Fundación El Libro intenta ser “lo más pluralista posible, aunque sea difícil”. La opción por Vargas Llosa está en sintonía con la proyección del evento en la arena mundial. “La Feria es líder en América latina, pero le falta internacionalidad y un mejor manejo de la venta de derechos, que es por donde estamos comenzando a trabajar. Si la Feria tiene más resonancia mundial, ayuda a visibilizar esta zona tan austral.” A poco más de un mes de asumir como presidente de la Fundación El Libro, Canevaro sostiene la apertura del escritor peruano. Y apunta: “Me pareció muy positivo que la Presidenta haya intervenido. Me siento muy representado por este gobierno, con sus virtudes y sus defectos”. Un viejo anhelo de quienes organizan la Feria es que haya más presencia de premios Nobel. “Quizás a partir de Vargas Llosa se pueda tener una conferencia magistral de un Nobel en cada edición”, augura Canevaro. “Admito que estamos evaluando si la estrategia es la correcta. Nadie tiene ciento por ciento la razón; hay que escuchar y consensuar. Y hay que tener la valentía de tomar decisiones, pero también de corregirlas.”
Los escritores han recogido el guante lanzado por el director de la BN. Hay un malestar compartido. Tununa Mercado opina que invitar al escritor peruano a inaugurar la 37ª edición es “querer vestir a la Feria con el traje del éxito y aprovecharse de la música de fondo del Nobel”. “Esas vestiduras no pueden ocultar el sayal político y el discurso militante de derecha del nobelizado. Probablemente sea mejor que inaugure para que los que nos abstenemos de ir tengamos la fantasía gozosa de castigarlo con nuestra ausencia –ironiza–. De esos pequeños gestos irreverentes e íntimos se alimentan la literatura y la política. La participación de Vargas Llosa es una ‘pena menor’, que pone en evidencia la dificultad que trae pensar en lo político y en lo literario como dos estatuas intocables e inmarcesibles.”
Oliverio Coelho reflexiona sobre el rol de la presidenta Cristina Fernández. “Si hubieran bajado a Vargas Llosa de la inauguración, la noticia se habría extendido como un reguero de pólvora, se habría distorsionado y formulado así en medios internacionales: ‘Vargas Llosa censurado en la Argentina kirchnerista’. Digamos que la idea bienintencionada de González habría terminado pagándola el Gobierno. A esta altura, en un año electoral, gobernar es, sobre todo, no permitir fugas gratuitas de poder, no gastar pólvora en chimangos. Por eso el pedido de la Presidenta es el gesto inteligente de una política plantada éticamente respecto a los límites del Estado en la democracia. Si la intención de González es que la Biblioteca participe, en nombre del Estado, en las decisiones de un ente no gubernamental como la Fundación El Libro, debe trabajar en una propuesta seria, negociar la posibilidad de tener voz cuando se toman decisiones. Eso implicaría pasar de la carta a una praxis más difícil de articular, la Política, en la que el poder se negocia cuerpo a cuerpo.”
El escritor y psicoanalista Luis Gusmán avala la fundamentación del director de la BN. “Propone el pasaje de la objeción a la discusión, es decir, sitúa la cuestión en el campo de la argumentación y no de la ofensa”, pondera el autor de El frasquito. “Nadie ignora la posición política de Vargas Llosa, pero creo que hay un desplazamiento del problema, una falacia. La cuestión no es si Vargas Llosa inaugura o no inaugura la Feria del Libro, la discusión es con aquellos a los que se les ocurrió que podía hacerlo bajo el título del ‘primer Premio Nobel’ que tendría este honor, lo que indica que se trata de una cuestión honorífica. Pero como hace tiempo que el honor se confunde con el prestigio, es posible que se ignore que una cosa es la crítica a un gobierno y otra cosa es la falta de respeto a lo que en algún tiempo se llamó investidura presidencial, y que va más allá de cualquier posición partidaria.”
Por Silvina Friera, Página/12
miércoles, 2 de marzo de 2011
Juano Villafañe y la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires por parte del escritor Mario Vargas Llosa
Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
Entrevista a Horacio González, por Silvina Friera
Horacio González tuvo una jornada agitada. Empezó a recibir llamados de las radios a las seis de la mañana. No necesita decir ni una palabra: sus ojeras hablan solas. Pero el cansancio no menoscaba su ironía barroca. “Esta fue mi carta retirada, así como en la gran literatura de (Edgar Allan) Poe y en el psicoanálisis existe la carta robada”, bromea el sociólogo. El director de la Biblioteca Nacional dice que mantiene su opinión sobre Mario Vargas Llosa y que le gustó poder conversar con la presidenta Cristina Fernández. “Este episodio creo que aumenta la capacidad pulmonar democrática del país, considerando que la propia Presidenta intervino en él”, subraya en diálogo con Página/12.
–¿Cómo tomó la decisión de Cristina Fernández? ¿Cree que fue “desautorizado”?
–El diálogo con la Presidenta fue muy amable y extenso, en dos oportunidades: a la mañana, antes del mensaje parlamentario, y a la tarde. Tomó con mucho interés la cuestión, hizo preguntas y me pidió que hiciera una carta que expresara también el contenido de la conversación que tenía con ella, ya que yo había dado un parecer desde una institución pública. Es cierto que con una puntita de jocosidad, hizo una especulación sobre las alternativas dilemáticas que caracterizan la relación del funcionario con el intelectual. Como yo había dado una opinión adversa a que Vargas Llosa encabece el acto inaugural de la Feria –no a que diera su conferencia magistral–, la Presidenta me aseguró que comprendía el tema pero que pensaba que no era competencia de la institución pública esa formulación. Le pareció plenamente vigente el debate, pero me dijo que sería oportuna una aclaración de que incluso al hablar, con correctos planteos argumentativos, se podía interpretar que las instituciones del país no tenían claro su papel de garantía en última instancia de todo lo que se expone y proclama en el seno de la sociedad. No otra cosa pensé siempre: debate estricto, argumentado, e instituciones públicas de resguardo de la palabra cultural y política.
–Se podría decir que al debate que usted alimentó se suma la fuerza que le dio la Presidenta a la libre expresión de las ideas políticas en la Feria del Libro, y el respeto por la palabra de un escritor, como Vargas Llosa, que ha sido muy duro con el gobierno argentino. ¿Qué opina?
–Creo que esas opiniones no eran lo más importante, pues se trataba de considerar la urdimbre en la que se mueve el Vargas Llosa político. Ojalá en vez de decir las torpezas que dice sobre la Argentina pudiera decir algo parecido a lo que se desprende de la densidad histórica de algunas de sus primeras novelas. Sus actuales amigos políticos tienen mucho que ver con lo que, parafraseando a Conversación en la Catedral, sería la pregunta: ¿cuándo se jodió la Argentina?
–¿Por qué cree que la Fundación El libro no tuvo en cuenta las conocidas intervenciones políticas de Vargas Llosa y el malestar que podría generar entre muchos escritores que sea él quien inaugure la Feria?
–No conozco por dentro a la Fundación, pero considero que han tomado en cuenta la presencia de un Premio Nobel, argumento arrasador para cualquier editor, aunque no para los que a mí me gustan. Este episodio, no obstante, creo que aumenta la capacidad pulmonar democrática del país, considerando que la propia Presidenta intervino en él.
–En un año electoral no es nada inocente ni ingenuo darle la palabra a Vargas Llosa, ¿no?
–Nadie es inocente en la Argentina, pero de vez en cuando conviene caer en la verdad de los candorosos. Un llamado al debate democrático sin preconceptos ni operaciones periodísticas puede ser un modesto nirvana cívico para recorrer caminos más originales de transformación social y cultural.
–¿Cómo sigue este debate entre política y literatura?
–Borges, Céline, Lugones, son ejemplos del cuerpo escindido de la literatura. Un alma innovadora en los signos literarios y un tejido reaccionario o conservador en las intervenciones públicas. ¿Qué decir de esto? Concibo una Feria del Libro como apertura y no como cierre de este debate.
El texto de la segunda carta, por Horacio González
Sr. Gustavo Canevaro
Esta mañana he recibido un llamado de la Sra. Presidenta de la República en el sentido de afirmar la sustancia, la forma y la pertinencia del debate democrático en todos los planos de su significación. En ese sentido me ha pedido, en mi carácter de director de la Biblioteca Nacional, retirar la carta que anteriormente les he enviado, en la que proponía que el Sr. Vargas Llosa diera su conferencia, pero no en carácter de acto de inauguración de la Feria. La Sra. Presidenta me hizo conocer su opinión respecto de que esta discusión no puede dejar la más mínima duda de la vocación de libre expresión de ideas políticas en la Feria del Libro, en las circunstancias que sean y tal como sus autoridades lo hayan definido. Tal como me lo ha expresado, no es concebible la vida literaria y el compromiso con la ensayística social sin un absoluto respeto por la palabra de los escritores –o de cualquier ciudadano–, cualquiera sea su significación o intención. Les escribo comunicándoles este diálogo con la Presidenta en la certeza de que estamos comprometidos en toda discusión que sirva para dar más cualidades a la vida democrática, como este intercambio de cartas también lo certifica.
Los abajo firmantes, escritoras y escritores argentinos, mujeres y hombres de la cultura, manifestamos nuestro profundo desagrado y malestar...
Convertido desde hace años en vocero de los grupos multinacionales editoriales y mediáticos, de un supuesto “liberalismo” de sometimiento y depredación, y de la oposición a lo que ellos denominan “gobiernos populistas” en América latina, Mario Vargas Llosa se ha ensañado de modo muy particular con nuestro país y nuestra sociedad, en declaraciones vastamente difundidas por esos mismos medios.
En consecuencia, nos parece que dicha designación es no sólo inoportuna sino también agraviante para la cultura nacional y para con las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo.
Vicente Battista, José Pablo Feinmann, Ricardo Forster, Mario Goloboff, Horacio González, Juano Villafañe...