martes, 21 de diciembre de 2021

LALO PAINCEIRA La mañana del 28 de setiembre de 1972



          En un tiempo difícil como el que transitamos, las buenas noticias repercuten como un nuevo evangelio en nosotros. Al menos en mí. Desde anoche lagrimeo por cada noticia que leo sobre Chile. Porque quiero confesar que yo me enamoré de Chile, sobre todo de Santiago, a primera vista, cuando llegué la mañana del 28 de setiembre de 1972. Salvador Allende era su presidente. La revolución en paz que contra viento y marea la iba construyendo un pueblo convencido de sus verdades, con una praxis que exigía un esfuerzo cotidiano para vencer la resistencia que oponía el neoliberalismo, apoyado de manera desembozada por Estados Unidos a través de la CIA, como lo reconoció el entonces embajador del país del norte al director cinematográfico, Patricio Guzmán, como puede verse en su imperdible documental "La batalla de Chile", filmada en la clandestinidad. Me enamoré por la belleza de Santiago, por el celeste de sus cielos primaverales, por la convicción de un pueblo que debía militar y luchar día a día contra le injerencia norteamericana que compraba a sus clases altas desde El Mercurio a los empresarios camioneros para generar desabastecimiento. La respuesta fue siempre la misma, la organización popular. Yo jamás había visto la libertad de prensa y de expresión reinante en ese Chile que, pese a las trabas, obstinadamente construía un mundo solidario, más justo y libre. Sí, me enamoré perdidamente de ese Chile, gritaba los goles del Colo-Colo y escuchaba fascinado las canciones de Víctor Jara y Quilapayún. Regresé a la Argentina el 24 de mayo de 1973 con llegada a Ezeiza a las 23 horas. Allí me estaban esperando mis ángeles guardianes, Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, por las dudas y encontré una Argentina distinta a la que había dejado, la que me apresó en 1971 y me expulsó un año después. Al día siguiente, muy temprano, con mi compañera tomamos el tren hacia Constitución y allí fuimos a Plaza de Mayo. Asumía la presidencia el Tío, Héctor Cámpora. Cuando llegamos a instalarnos bajo el balcón, allí, en la Rosada, en su balcón, estaba el Tío rodeado por Salvador Allende y Dorticós. Por eso vuelvo a cantar hoy como ese día: 

"¡CHILE, CUBA /  EL PUEBLO LOS SALUDA!"

          Y lloro como lloran emocionados los viejos, que es lo que soy con mis 82 años, cuando siente que la historia empieza a mostrar otra cara y nuestra amada Patria Grande empieza a ser aquella, la de Allende, la de Velazco Alvarado, la de Torres, la de Fidel y el Ché. Y sí, pongo a Quilapayún y después a Víctor Jara y como buen tanguero, dejo que se me escape un lagrimón.


Eduardo “Lalo” Painceira (La Plata, 26 de septiembre de 1939) / Fotos: jmp
El derecho de vivir en paz 










miércoles, 1 de diciembre de 2021

EUGENIO MANDRINI Ahora que soy uno de ellos


 

LOS PECES MÁS LEJANOS

Antes me intrigaba saber por qué, sentados en la orilla del día, los que venían a pescar permanecían allí, de espaldas a lo que se supone que es el mundo, y entregados al olvido del tiempo.

Ahora que soy uno de ellos, lo sé.

Estamos aquí desde que aprendimos que estas aguas son menos turbulentas que las del espejo, aquel otro río donde alguna vez echamos todos los anzuelos y recogimos sólo viejas confesiones, estallidos apagados, tierra conclusa. Estamos aquí desde que llegamos deseosos de partir, y no nos atrevimos. Traíamos la meta de alcanzar a los peces más lejanos, aquéllos que serán los últimos en morir, y todavía no nos atrevimos.

Tal vez lo hagamos cuando eso, a nuestras espaldas, que se supone que es el mundo, deje de cortejarnos con sus luces, que entre derrumbes, aún titilan.

Los peces más lejanos, como es su costumbre, aguardarán, multiplicados.

 

 

En Conejos en la nieve, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2009
Eugenio Mandrini (Buenos Aires, 16 de diciembre de 1936 – 30 de noviembre de 2021) / Foto: jmp