lunes, 29 de agosto de 2011

Julián Axat y El cuerpo de la Toga (1), obra de teatro

EL CUERPO DE LA TOGA

(Una tesis sobre la mirada de los juristas y de los no tanto)

“... perdone usted, pero tiene la peluca llena de piojos, su señoría...”
El Burgués gentilhombre. Moliere
.


ACTO PRIMERO. (Principio)

Estamos en una sala o salón, allí hay un escritorio, una silla de cada lado, varios libros de Derecho sobre la mesa, una máquina de escribir, un sillón. Ingresa a escena una persona vestida con una flamante Toga, se ajusta los puños, la camisa, la corbata, saca un peine del bolsillo, lo unta con gomina y se peina. Luego, con total delicadeza se dirige al espectador.

- Jurista 1: Señores, si me permiten: La toga es ilusión. No puede cada hombre limpiarse del deseo de ser una cosa distinta a los demás. No distinta por los arrumacos y floripondios, sino por nuestra función, por nuestro valer, por nuestra significación. ¡Ah!, eso del peso de la toga sobre los hombros no es un tópico vano, aunque el uso la haya hecho cursi. La toga obra sobre nuestra fantasía haciéndonos limpiamente orgullosos, nos lleva por el sendero de la imaginación, a la contemplación de las mas serias realidades... Pues como nos recuerda el gran Pascual…perdón Pascal… alguna vez fueron los propios magistrados quienes portaron aquella prepotencia que aporta la imagen. Nuestros magistrados –decía Pascual, Pascal- conocen bien este misterio. Sus togas rojas, los armiños entre los que se envuelven como gatos, los palacios donde juzgan, las flores de lis, toda esa parafernalia les es muy necesaria. Y si los médicos no llevaran ni ropa talar, guardapolvos o chinelas y los doctores no usaran birretes y togas llamativamente amplias, jamás hubieran engañado al mundo, que no sabe resistirse ante semejante espectáculo.


En eso, Ingresa a escena otra persona, vestido con una Toga claramente deteriorada, sucia, roída, está despeinado y lleva un Tratado de Derecho en la mano con las páginas sueltas. Camina por el espacio en círculos. El Jurista 1 lo mira con distancia y continúa.

- Jurista 1: … la toga diferencia, y siempre es buena, pero esa distinción no sería nada si no fuese acompañada del respeto, de un pueblo ingenuo, sencillo y rectilíneo que le tributa con admirable espontaneidad diciendo: “Ese hombre debe ser bueno y sabio”, y sin duda tenemos la obligación de serlo justificando la intuición de los humildes. ¡Pobres de nosotros si no lo entendemos así, y no alcanzamos a comprender toda la austeridad moral, todo el elevado lirismo que la toga significa e impone”

El Jurista 2 en pocos minutos va a prestar el juramento de la profesión ante el presidente del Colegio distrital, se lo vé muy nervioso, a tal punto que se ha quedado quieto en un rincón, no guarda ninguna compostura y decoro, se dirige abruptamente a su colega:


- Jurista 2: Mire, yo soy neófito en la materia, lo veo a usted y siento un profundo respeto en su figura, cómo hace, cómo lo hace…

- Jurista 1: No se preocupe colega, ya verá, ya verá. Observe con atención como se infla la toga, mire el detalle de las solapas, mire mi cuello erguido, el seño fruncido, los hombros rectos. Vamos, pruebe usted, sienta el peso de la toga, el cosquilleo de la seda, el encanto de la distancia. Déjese llevar, acompañe el recorrido de las sensaciones dentro de su cabeza, deje que las ideas se asienten solas, sienta como comienzan a objetivarse lentamente, se separan del mundo terreno, como dejan de tener historia.

Jurista 2 muestra cara de preocupado, interrumpe a su compañero.

- Jurista 2: Yo lo veo a usted y lo envidio profundamente, cuanto me falta para poder emularlo, toda una vida de aprendizaje en las mañas y manías, empecemos por el principio, hablemos de sus manos, cómo toca, explíqueme cómo tocar…

- Jurista 1: Muy fácil mi amigo, preste atención. Primero estire una mano, bien, bien larga, acomódese los puños, apoye ese libro sobre la mesa lentamente. Ahora observe mis manos, observe como se acercan al libro, como van rodeando el lomo la punta de mis dedos, como paso las páginas. El secreto del arte del roce está en la yema de los pulgares, observe con atención y practique usted mismo con cualquier objeto. Usted tiene que sentirse como un orfebre ante una piedra preciosa, cada elemento de la realidad es materia vil e informe que al sólo rozar de su mano, se terminará convirtiendo en una maravillosa gema. Ese es el efecto alquímico de la toga.

El Jurista 2 está asombrado, prueba él mismo varias veces. No hay caso, continúa bajo la mirada de su colega que lo sigue en cada paso en falso moviendo la boca.


- Jurista 2: Yo se mucho de etiqueta si me disculpa, mi mamá me compra las mejores corbatas.

- Jurista 1: ¿Son de seda Italiana?

- Jurista 2: No, no; son de otra tela, de una tela fina de avión…

- Jurista 1: Por favor, qué horror, un jurista es pura etiqueta, el guardián de la etiqueta, sólo así puede diferenciarse del resto iletrado y zarrapastroso.

- Jurista 2: No me ofenda por favor.

- Jurista 1: No lo ofendo, digo la verdad, hablo por la historia de esta profesión, siempre cercana a las mejores modas, a los trajes lisos, limpios, elegantes. Mi querido colega, las ideas lisas y limpias, puras y lógicas, la sensatez del derecho, se mide por estado de la vestimenta. Mírese usted, mire el estado de su toga, una toga con arrugas, sucia, roída, maltratada; con solo mirarlo me basta para dar cuenta de sus ideas, del deterioro y la impureza de su imaginario.

- Jurista 2: Pero estoy aquí para que usted me aconseje, me llene de su experiencia…

- Jurista 1: Sí, sí, vamos a tratar de enseñarle categoría, vamos a limpiar esa presencia, vamos a transformarlo mi querido colega. Pruébese esta toga que le voy a prestar.

Jurista 2 se saca el traje anterior y se pone encima la nueva toga, aspira e inspira, se mira a sí mismo más grande, más lleno, tiene rostro alegre, se muestra con mayor confianza.

- Jurista 2: Me queda un poco grande o suelta de mangas…

- Jurista 1: No importa, ahora que la tienen puesta, hablemos del respeto, el respeto de la toga…

- Jurista 2: Cómo del respeto, yo no vine a hablarle del respeto, vine a consultarle sobre mi vocación, sobre mi futuro profesional, y usted me da toda esta perorata…

- Jurista 1: Primero, fíjese en las distancias, calcule las distancias antes del acercamiento a los objetos, su mente debe acostumbrarse a situarse en las geografías de cada lugar, deje a su mente que perciba el espacio y sola se adecue a las referencias, a los vértices y ángulos, a las sinuosidades y planicies sobre las que la toga se encuentra. Sienta mi cuerpo cerca del suyo, sepa que nunca se pueden tocar, nunca el choque, siempre la misma distancia entre uno y otro. El respeto es una cuestión de medida, luego de clase, pero antes de hablar sobre clase tenemos que poner los pies en la tierra, no le parece…

- Jurista 2: El respeto es una cuestión de no toparme con usted, de no pisarlo…

- Jurista 1: ¡Exacto!, va aprendiendo, muy bien, nuestros cuerpos entogados están cubiertos para no mancharse entre sí, el respeto es la distancia entre la toga y la materia que la rodea. Cuerpos que se tocan, cuerpos que se ensucian: “corpus roci, corpus suci…”, famoso apotegma del gran Ulpiano.

- Jurista 2: ¿Cómo?, no lo entendí, puede repetir…

- No se preocupe mi amigo… no se preocupe, las citas del latín son algo para después. Por ahora escuche con atención lo que le digo, el tema de la suciedad y la mugre dejémoslo para después. Por ahora me basta con que sepa que un buen jurista es como un buen agrimensor, se dedica a trazar primero las líneas y parcelas por dónde circulará la toga sin rozarse con otros cuerpos. El arte de la decencia, es una arte de la distancia.

- Jurista 2: No le parece un poco exagerado para estos tiempos ese suntuoso traje. Además, la toga ya no se usa, está completamente fuera de moda.

- Jurista 1: A ver si comprende, la toga es un símbolo, primero tiene que estar acostumbrado a ella por un tiempo, luego se la saca, y en adelante siempre va a sentir que la tiene puesta. Recuerda el cuento de Andersen, sobre el traje invisible del rey hecho a medida, todos lo observaban, el propio rey lo observaba, hasta que apareció el niño, ese maldito niño que desencantó el hechizo magnífico de esos simuladores modistos mercachifles.

- Jurista 2: Pero entonces usted pretende que engañe a la gente, que me engañe a mí mismo, esa no es mi vocación.

- Jurista 1: Señor, la vocación que usted eligió tiene más de dos mil años de historia, la toga es una vestigio de los tiempos, y toda la simbología y rituales que ella envuelve es un folklore transmitido de boca en boca por los siglos de los siglos, por una comunidad de sapientes y sacerdotes de la ley. Lamento la metáfora, pero es adecuada para el momento y para que usted comprenda: si a un pájaro lo enceramos en una jaula por mucho tiempo, cuando abramos la puerta, no sólo no podrá volar, sino que volverá a ella para dormitar, hasta el fin de sus días llevará consigo la jaula a donde vaya.

- Jurista 2: Usted pretende cortarme las alas, quiere impedirme que sea libre…

- Jurista 1: Nada de eso señor, nada de eso, yo quiero que usted aprenda a ser libre de otro modo, que sea un pájaro dentro de la jaula que usted eligió para vivir, que aprenda de su espacio, que lo estudie. La toga funciona como un límite que potencia, una barrera a franquear y que lo llenará de absoluta decencia y respeto. No olvide que una vez puesta la toga por un tiempo, que se acomode a su cuerpo, que usted aprendida el procedimiento que le voy a explicar paso a paso, efectivamente, podrá sacarse la vestimenta de encima, pero en dicho momento no podrá olvidar de sus encantos por siempre, la llevará consigo su alma. Como yo ahora, míreme.

El Jurista 2 lo observa, lo mira obnubilado, se sienta en el piso desilusionado, está algunos minutos como reflexivo. Luego se para y comienza a estudiar con cautela el lugar, llena su rostro con un gesto de curiosidad.

- Jurista 2: Volvamos a las distancias, cómo es eso de la distancia. Póngame ejemplos más claros.

- Jurista 1: Ejemplos, cómo no, de eso sobran, los juristas somos especialistas en ejemplos. Primero, la altura, segundo, la mirada.

- Jurista 2: ¿La altura?, ¿Se volvió loco?

- Jurista 1: Nada de eso. Preste atención: La altura es determinante para la Toga. Si usted no se mantiene erguido, la toga se arruga, no se luce. La toga debe estar extendida hacia lo alto, hacia los ojos celestiales del juzgador… Si usted se agacha, si está tullido, contrahecho o camina cabizbajo; la toga parecerá cualquier vestimenta, una bata, un desavillé, además de expresar inseguridad y un insalvable prejuicio hacia juzgador que lo tendrá más cercano a los bajo fondos que a los círculos celestiales.

El jurista 2 intenta levantarse, intenta erguirse una y otra vez, en unos minutos se frustra en el intento.

- Jurista 2: Discúlpeme Doc., pero realmente le parece necesario todo esto, yo soy tan sólo una persona sencilla, se imaginará como me cuesta adquirir todos esos movimientos y rituales.

- Jurista 1: Mire señor, si usted se queda en el camino, le depara una vida de abogaducho de pueblo. Yo aquí le doy la oportunidad de la diferencia, de la distinción, lo demás, el trabajo y el dinero, vendrá por añadidura. El gusto y el buen tono proveerán, ya lo verá.

- Jurista 2: No sé porqué, pero confío en usted….

- Jurista 1: Vé lo que le digo, si usted confía es porque me cree, y si me cree es porque hay algo de mi figura que lo deslumbra. De eso se trata, del convencimiento, de las convenciones y protocolos a cumplir. Usted confíe, confíe en esta vestimenta y su aura, que no por casualidad tiene más de dos mil años de historia.

- Jurista 2: Y cómo tengo que hacer, hacerme de nuevo…

- Jurista 1: Exacto, usted tiene que ser como un hombre nuevo, ya verá que lindo la va a pasar cuando el mundo sea también otro mundo, el mundo a la medida de sus zapatos. Nunca desconfíe del poder de las ficciones jurídicas, hacen magia ante los brutos y profanos. Usted quiere que las plantas hablen, pues decrete un aforismo sobre las plantas: “Planctom serás vivis, sum cicum tribure”.

El otro lo mira obnubilado, no entiende nada.

Jurista 1: Ahora, mírelos a la cara, allí tiene: la diferencia entre civilización y barbarie. El que sabe, sabe… el que no…lamentablemente, hay que decirlo: no existe.

El Jurista 2 se sienta en una silla, toma nuevamente el libro que había dejado sobre la mesa y comienza a hojearlo. Jurista 1 se le acerca lentamente y lo observa con precisión,
se mueve a su alrededor.

- Jurista 1: Lea, pruebe leer en voz alta por favor.

El Jurista 2 se pone a leer en voz alta.

- Jurista 2: “…Debe entenderse por tortura aquel sufrimiento que supera en su gravedad a las severidades y vejaciones, resultando indiferente que se persiga o no una finalidad. La intensidad del dolor físico o moral es la característica de ese tormento y en ello reside su diferencia con las otras formas de maltratos o mortificaciones…”.

- Jurista 1: Espere un momentito, a qué ironía viene la elección del párrafo que usted está leyendo.

- Jurista 2: A ninguna, usted me pide que lea en voz alta, yo leo. Abrí el libro azar, en cualquier página.

Entre ellos se produce un silencio incómodo.

- Jurista 1: Elija otra página por favor…

- Jurista 2: “…La obediencia debida es la obligación que tiene el subordinado de cumplir con el mandato procedente de un superior jerárquico, cuando este le ordena en la esfera de sus atribuciones y en la forma requerida por esa ley y reglamentos pertinentes…los presupuestos para la orden, para que resulte obligatoria son dos: el primero es formal e implica que el superior del que ella emana sea competente para su dictado y èsta guarde las formas prescriptas; el segundo es de carácter material y refiere a que el contenido de la orden no vulnere el orden jurídico…”.

- Jurista 1: Ahora me gustó más, párrafo más adecuado a nuestra historia… pero fíjese bien en el tono de su voz, en la respiración, la falta de audacia y guturalidad en sus palabras. Escuche, por favor, páseme el libro un minuto.

El Jurista 1 toma el libro con sumo cuidado entre sus manos, pasa las hojas delicadamente, saca sus lentes, los limpia, los apoya en la punta de su nariz y se dedica a leer, lo hace pausado, respetando los silencios de las comas y puntos .

- Jurista 1: “…Otro tópico arduamente discutido con respecto a la condición de la víctima era la virginidad, como expresión de honestidad. Un sector jurisprudencial sostenía que una mujer no deja de ser honesta por el hecho de no ser virgen, ya que el tipo penal no requiere la virginidad de la víctima como condición esencial para configurarse la violación. Otro sector en cambio, apoyaba que la perdida de virginidad previamente implica que la víctima automáticamente deja de ser mujer honesta, por lo tanto no pasible de violación…”

- Jurista 2: Es notable el cambio, me deja debo aprender a respirar si quiero leer como usted, ahora… el contenido…

- Jurista 1: Nunca importa el contenido, nunca, sépalo bien, lo importante es cómo lo dice, la Forma, nunca la Materia. Ese es el arte del jurista: la excelsa retórica de Cicerón y la magistra declamación de Justiniano para decir lo que el vulgo bruto dice con onomatopeyas y barbaridades.

- Jurista 2: Y si el contenido no interesa, ¿cómo se justifica lo que dice, cómo los convence?

- Jurista 1: Mi querido amigo, ha tocado una cuestión ris-pi-dí-sima, sólo algunos elegidos doctores nos damos cuenta de eso. La cita, el arte de la referencia lógica a la autoridad: porque lo dijo Mengano, porque lo dijo Sultano. Mengano y Sultano deben ser máximas autoridades en la cuestión tratada, y si no se conocen, mejor, la cosa se torna más extravagante. No lo olvide.

- Jurista 2: ¿Qué puede decir la autoridad, cualquier cosa…?

- Jurista 1: Insisto con lo que le decía hace un rato, usted quiere que las plantas hablen, pues decrete un aforismo sobre las plantas: “Planctom serás vivis, sum cicum tribure”. Usted tiene que decir que lo dijo Mauricius en el s. II dc., Tomo IV. Digesto 9, Pandectas 3, comentada por el Posglosador Romualdo de Pisa… ¡Qué tal!, las plantas hablan…

Jurista 2 ha quedado estupefacto.

- Jurista 2: Le creo, las plantas hablan.

- Jurista 1: Lo ve, se da cuenta que esto no es broma

- Jurista 2: Discúlpeme nuevamente Doc., pero si uno no habla así, con esa lógica, y tampoco escribe así…

- Jurista 1: ¡Bravo!, ¡Bravo!, ¡Bravísimo!; se da cuenta que ya está aprendiendo. Saquemos una hoja y una pluma. Escriba un párrafo cualquiera.

Jurista 1 saca de un cajón una pluma, un tintero y una hoja apergaminada.

- Jurista 2: Cualquiera… ¿que diga qué?

- Jurista 1: Aquello que usted quiera decirle a la gente, al pueblo, escriba por ejemplo su sentencia, una sentencia sobre cualquier cosa, pero recuerde a Aristóteles y su poética: preludio, nudo y desenlace... in juris: autos y vistos, considerandus, resuelvus…

Jurista 2 se sienta a escribir, piensa, se lo ve atormentado, se mueve en la silla para todos lados, se agarra la cabeza, duda, finalmente comienza a trazar letras sobre el papel.

- Jurista 1: Piense que todo lo que usted escriba debe nacer de la excelsa razón, su escritura debe pertenecer al sentido común, debe tener claridad, precisión, debe ser un trazo homogéneo y limpio; si es barroco, debe respetar la floridez de la silueta, del tono castizo de la metáfora. Allí y sólo allí radica el estilo, la elegancia de un párrafo bien conjugado.

Jurista 2 lee en voz alta aquello que estuvo escribiendo.

- Jurista 2: “…estoy aquí sentado con el Dr. que me está enseñado el arte de la toga, la cosa me empieza a aburrir un poco, pero no importa, preferiría estar trabajando o mirando el techo en mi casa, comiéndome un buen trozo de carne y tomándome un vino con los amigos, por eso es que decidí estar unos minutos más aquí y volar hacia otros lares…”

- Jurista 1: Permítame decirle, lamentable forma, lamentable contenido, pero no importa, los barbarismos son educables.

- Jurista 2: barba…qué…

- Jurista 1: Mi amigo, yo le dedico mi tiempo y usted me trata así, una de las cuestiones mas importantes que deben manejar los juristas es el respeto, la deferencia, la amabilidad de los gestos. Si la nobleza no es la imagen del derecho, qué nos queda más que la brutalidad y el salvajismo primitivo que con tanto empeño hemos dejado atrás.

- Jurista 2: Mi señor, el respeto a su figura ha sido constante desde un inicio, le pido disculpas si lo ofendí: Perdón su señoría, perdón.

- Jurista 1: Le agradezco, ahora escuche bien, volvamos a su frase: “…estoy aquí sentado con el Dr. que me está enseñado el arte de la toga…”; preludio, inicio, debemos transformarlo si usted quiere ingresar a la luz de una sistemática más elocuente: “Me encontraba”, pasado, debe usar el pasado perfecto, recuerde el lenguaje castizo, “Me encontraba con Vuestra Excelencia”, aquí puede abreviar por V.E.;quien había dedicado su precioso tiempo en alumbrar a esta ignominiosa vulgaridad en el elevadísimo arte de la toga“.

- Jurista 2: Pero esas no son mis palabras…

- Jurista 1: ¿Sus palabras?, para que quiere sus sucias palabras, le estoy dando la oportunidad de que aprenda a limpiarlas. La toga no se merece sus habladurías.

- Jurista 2: Usted va a limpiar, con qué va a limpiar, con la toga va limpiar…

- Jurista 1: No me falte el respeto señorito, dirijase con propiedad, porque hoy no jura nada, o no conoce las consecuencias de sus actos para el derecho: dado A debe ser B. Dada su mala voluntad ante el honor y distinción de esta alta magistratura, su consecuencia, el olvido de su carrera, una mancha en su toga que quizás se constituya en el estigma que no volverá nunca a sacarse de encima.

- Jurista 2: Mis disculpas Vuestra excelencia, perdón: V.E.

- Jurista 2: Así está mejor, ahora siga escuchando, “la cosa me empieza a aburrir un poco, pero no importa, preferiría estar trabajando o mirando el techo en mi casa, comiéndome un buen trozo de carne y tomándome un vino con los amigos…”. Aquí está el nudo, el centro de su reflexión, escuche bien, concéntrese: “Dado que las circunstancias de modo, tiempo y lugar, habían constituido una oportunidad poco feliz para mi provecho”, aquí usted se refiere a las causas y no al objeto; continuemos, “…he decidido ceder mis espacios: sean éstos los atracos, las fiestas, y cualquier otro motivo particular relacionado con la inmoralidad y bajeza de de mis amigos”, estamos en la irrupción de su identidad, usted explica, es riguroso y lógico para escribir su estado actual, usted se diferencia seriamente de sus amigos los que siguen todavía en su eterno jolgorio; “…por eso es que decidí estar unos minutos más aquí y volar hacia otros lares…”, el petitum, las conclusiones, el resuelvo, el final: “Por todo lo cual, he decidido bajo mi más intima convicción, dedicar mi tiempo a comprender y reducir las causas y motivos de mis bajezas, para poder volar bien por encima de las cabezas profanas, iletradas y austeras, firmado: yo, el doctor, el Sr. Jurista…”.

- Jurista 2: Doc., con la nueva forma me ha cambiado el sentido de la frase

- Jurista 1: Debe saber que forma es contenido: “formus-conentus”, mientras usted cuide las formas, el mundo será suyo.

- Jurista 2: yo no quiero que el mundo sea mío, quiero vivir bien, ser honesto…

- Jurista 1: Lo vé, le vuelvo a repetir, se da cuenta que esto no es broma

- Jurista 2: ¿Y qué es broma entonces?

- Jurista 1: Mire, le cuento un chiste de juristas: Resulta que había un colega que se sienta en un petit restaurante a tomar vino, pide la carta, se acerca el metrié, aconséjeme sobre el mejor vino que tenga a disposición, el mozo lo mira y le dice: “Tengo un finísimo germano Von Ihering 1885”, nada de eso -contesta el colega con ironía-, tráigame un magnífico Malbec Vélez Sarfield 1894 de la casa…”.

- Jurista 2: La verdad, no lo entendí… ¿Vélez Sarfield no fue quien redactó el Código Civil?, cual es la gracia entonces…

- Jurista 2: No sea bruto, mi amigo.

- Jurista 1: ¿Quiere que le cuente un verdadero chiste de juristas?, escuche que tengo uno buenísimo, escuche: Un abogado se muere y se va al cielo, llega y toca la puerta. En eso sale San Pedro y le dice: ¿Tu quién eres?, -Yo soy abogado y bueno pues me han mandado al cielo. -responde al abogado. - No, no! tu no puedes entrar acá.- ¿Pero como que no puedo entrar?, ¿tu quién eres para decirme que no puedo entrar?- ¿Cómo?... yo soy San Pedro, el que decide si entras o no.- A ver, ¿dónde está tu título que dice que eres San pedro el único que puede dejar o no entrar al cielo?- Un ratito. -le dice y se va corriendo a buscar a Jesús y le cuenta pues que en la puerta había un abogado que quería entrar al cielo y que como él no quería entonces le había pedido su título que por favor salga. Entonces sale Jesús: - Bueno hombre al parecer tú no puedes entrar al cielo porque estamos llenos de abogados y ya... ya no pues.- ¿Cómo que no hay sitio, tu quién eres para que no me dejes entrar?- Yo soy Jesús el hijo de Dios y te digo que ya no puedes entrar al cielo.- ¿Cómo que hijo de Dios? ¿Cuál Dios?, haber enséñame tu partida de nacimiento, ¿dónde dice que eres el hijo de Dios? Entonces Jesús va a buscar a Dios... – Pa…pa... allá afuera hay un abogado que quiere entrar al cielo, primero le pidió su título a San Pedro, luego me pidió partida de nacimiento para ver si soy hijo de Dios... ¿qué hago?- Ya, ya, ya... déjalo entrar nomás, no vaya ser que me pida partida de matrimonio y me caga.

- Jurista 1: Suma vulgaridad, no se da cuenta que esas son historias para desprestigiar nuestra profesión.

- Jurista 2: ¿Cómo desprestigiar?, esas son las historias que cuentan mis amigos estudiantes cuando hablan de los cuervos, mis compañeros de cuarto y estudio se ríen de lo rapaces que somos.

- Jurista 1: Acostúmbrese hombre, usted me parece que sigue sin entender, los juristas son gente bien, hablan bien, se mueven bien y cuentan chistes de juristas, chistes bien, que sólo ellos entienden… le quiero decir: que no son comunicables al vulgo.

- Jurista 2: Ah, ¿También hay una forma jurista de reírse?

- Jurista 1: ¡Claro!, preste atención: Jua, Jua, Jua, Jua!!!!. Nada de Ja, ja, ja, ja.!!!

- Jurista 2: No veo la diferencia, pero vamos a intentar de nuevo, cuente otro por favor…

- Jurista 1: Será un placer. Se encontraba Moisés leyendo a su pueblo los mandamientos: Noveno mandamiento: no desear la mujer del prójimo. Por allí venía caminando un antiguo colega romano que pasaba y le retruca delante de su pueblo: Eso dice la ley, ahora esperemos a ver qué dice la jurisprudencia…

- Jurista 2: Muy interesante… Jua, Jua, Jua!!!. – (Jurista 2 pone cara de haber comprendido).

Jurista 1: Se da cuenta del tono del chiste, la risa es también una cuestión de forma, un desprendimiento intelectual de finísimo sentido, la risa no es un exabrupto apasionado, es un pequeño gesto controlado, una mueca breve que se desliza entre los labios y con un aliento en esfuerzo, hace el ruidito que llamamos “la risa de los juristas…” (Jurista 1 hace los gestos necesarios para que su compañero comprenda de que está hablando)

Jurista 2: Ahora déjeme contarle otro de los míos, por favor, por favor…

Jurista 1: Que sea el último; y déjese de chabacanerías…

Jurista 2: Bueno, bueno… Cierta vez, el perro de un abogado se escapa y entra corriendo -sin correa- en una carnicería, donde se roba un gran pedazo de carne. El carnicero siguió al perro hasta la oficina del abogado y le pregunta a éste:- Si un perro entra corriendo sin correa a mi carnicería y se roba un pedazo de carne, ¿tengo el derecho de exigir al dueño del perro que me pague la carne que el perro robó?, El abogado contesta: - Absolutamente.- Entonces me debe usted nueve pesos. Su perro me robó un pedazo de carne hace unos momentos. El abogado sin decir ni una palabra, escribe y entrega al carnicero un cheque amparando los nueve pesos. Dos días después, el carnicero abre el correo de su casa y encuentra un sobre del abogado. Al abrirlo se da cuenta de que es una factura por $50 en concepto de honorarios por la consulta.

- Jurista 1: Sigue con el mismo tono del chiste….

- Jurista 2: No, no, observe y escuche que bien me sale: Jua, Jua, Jua, Jua , Jua, Jua, Jua, Jua !!!!.!!!!.

- Jurista 1: Muy bien, esa es la forma, la forma de la risa jurista.

- Jurista 2: Si, la forma, la forma….

- Jurista 1: Está aprendiendo, muy bien, muy bien…, pero escuche, escuche con atención, algo se acerca… allí están los otros, no olvide que usted va a representar a los otros, usted tiene que saber que esos otros son el horror, me entiende, ¡el horror!, no es necesario que los conozca mucho, no puede llegar a mezclarse y confundirse con ellos…

En eso los juristas se miran con atención, hacen un silencio, miran hacia todos lados, sienten ruidos extraños, una música festiva, gritos carnavalescos, no saben bien de donde provienen, se vuelven a mirar intranquilos, tienen miedo, de repente ingresan a escena dos personas, uno de ellos lleva ropa payasesca, el otro ropa simple, de docente universitario. Los juristas observan asombrados en un costado. El sociólogo y el profano se dirigen al público, les entregan personalmente un especie de volante con anotaciones.

- El sociólogo: Por mas que estos juristas pretendan imponer y hacernos creer la complejidad de toda una tecnología en saberes, imágenes y miradas, las practicas que componen históricamente esa profesión, se sustentan sobre una trivialidad; esto es, un conjunto de movimientos corporales tasados sobre un contexto cotidiano dado, que pueden ser diseccionados a la luz de una detallada descripción dramática que deje en evidencia cada puesta en escena y su interacción.

- Profano: Estos bogas nos están engañando, son cuervos que se muestran de una manera y después son otra, te dicen una cosa y después hay otra, para mí que son pura pinta, hay que sacarles la careta nomás y vamos a ver quien son en realidad.

- El Sociólogo: Porque las practicas cotidianas de los juristas, podrán seguir siendo vistas por ellos mismos- o por la soberbia de su Ciencia del Derecho- como una labor trascendental, racional y sagrada, como una rutina científica que progresa, y que pocas veces- por miedo a que a través de un mínimo ejercicio de extrañamiento, quede al descubierto la simpleza y la arbitrariedad mundana que la constituye- se de el lujo de asumir su propia ruptura.

- Profano: Están muy creídos estos cuervos, se la dan de mucha altura, de piripipí, con cara de santos se presentan los muy turros, que “…deje señora, deje señor, déjemelo a mí, yo se lo resuelvo, es un asunto tan complejo que sólo yo lo voy a poder resolver, pondré mi ciencia a su servicio…”. Los muy doctorcitos se creen que todo lo pueden…Digo yo, es posible que se dejen de joder con tanta chachara y se den cuenta de una buena vez de toda esas mentirillas. Cuando será el día que escarmienten frente a su chapuza.

- Sociólogo: La pregunta que inicialmente surge, es entonces la siguiente: ¿Se puede realizar un ejercicio de extrañamiento con la tradicional forma que tienen los operadores jurídicos de observarse y de ser observados sobre el campo social en el que se mueven y llevan a cabo sus practicas?,

- Profano: La pregunta que me viene rápido a la cabeza es: ¿Podemos darnos cuenta y que ellos también se den cuenta que nos están verdugueando? ¿Es posible que se miren la cara unos a otros sin que les de vergüenza de sus andanzas?

- Sociólogo: ¿Se puede, a partir de este ejercicio y descripción, dar cuenta de la amnesia histórica que implica toda una docilidad corporal a través de un habitus adquirido, como así también detallar el posicionamiento y la actuación del profesional, cada vez que se halla inmerso en ciertos espacios y situaciones sociales de interacción?.

- Profano: El día que les de vergüenza todas las macanas que se mandaron mintiendo descaradamente, será el día que puedan decir: nos hicimos los señoritos pitucos para que usted señora y usted señor nos crea capaces de resolverle sus problemas. Ocurre que nos acostumbramos tanto a llevar esa presencia todos los días, al punto que nos olvidamos que éramos así de simples como ustedes.

- Sociólogo: Se trata de indagar el espacio de interacción de estos cuerpos cruzados y cargados de un saber que los modela, como asimismo encontrar y realizar un archivo de sus posiciones mas comunes, sus gestos, guiños, estereotipos, marcas, juegos, aquellas imágenes que los sostienen y reproducen, los límites y alcances simbólicos respecto de sí mismos

- Profano: Se trata de que se den cuenta de todos los momentos y lugares en los que se pusieron en pose para engañarnos y hacernos creer que nuestros problemas no lo podíamos resolver nosotros, sino ustedes.

- Sociólogo: Es éste, el cuestionamiento social que el derecho no ha realizado, el interrogante que aquí interesa, un cuestionamiento que surge del cotidiano de los juristas, de aquellas buenas maneras y rituales decentes en los que estos se presentan, como así de aquellas representaciones históricas de su espacio profesional, que no solo pueden ser clasificadas a partir de determinados registros concretos, sino que además, pueden llegar a ser valorados desde el momento que encierran una mirada implícita – y como veremos también explícita- sobre el sí mismo, respecto de sus pares; pero principalmente respecto de los otros - me refiero a una mirada sobre aquellos ajenos al derecho, a quienes como ahora veremos, los juristas han dejado entre bambalinas, dándolos en llamar comúnmente como: los neófitos o profanos.

- Profano: Se trata de poder reconciliarnos entre nosotros, que ellos sepan que no son tan raros como creímos o en todo caso se creen, que somos más bien parecidos: entre nosotros, para quienes éramos unos burros y salvajes; y para ustedes, para quienes eran los cultos y sabihondos.

Se produce un largo silencio en el que se miran entre sí.

- Sociólogo: Estos son los juristas, luego de toda esta perorata, acá está lo que queda de ellos…

Se acercan y miran a los juristas enfundados en sus togas, están como empequeñecidos a un costado.

- Profano: Porqué en vez de dar muerte a tan ilustres compañeros, no les pedimos nos presten sus togas, en una de esas el mundo también cambia para nosotros.

- Sociólogo: Tiene razón… señores juristas, les propongo que intercambiemos nuestras ropas. Veamos que tal se observa el mundo desde esos armiños. Un principio de la sociología es cambiar la mirada. Ya lo dijeron Weber y Durkheim, veamos el mundo desde el otro lado.

- Profano: Ya lo dijo mi abuelita, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa… cambiemos de campana para ver si suena mejor la otra, o… algo así

Se intercambian de ropajes, ahora la toga la llevan el profano y el sociólogo, su contextura cambia de golpe, la dicción con la que habla también.

- Profano (convertido ahora en jurista): Ha venido a mí el alma del señor jurista, qué preciso es el mundo, qué orden, la geometría de las imágenes que veo, las palabras que pronuncio son perfectas; escuche: “nemo juris polus, nemo patitur…”

- Sociólogo (convertido también en jurista): ¡Increíble!, ahora vos, perdón: “Usted”, es ya no es un ignorante, sino que es un sabio…

- Profano (convertido ahora en jurista): Muchas gracias mi querido Jurista, debo decirle que se presenta aquí un caso muy complejo, en el que nos vemos obligados a develar el misterio de tan terrible cambio de personalidad, un delito de supresión de identidades. Antes teníamos ante nuestra vista: “ad effectumm videndi” a dos sujetos que decían eran eximios juristas como ahora somos nosotros, pero ahora son hombres sencillos…

Los ex juristas se miran desconsolados entre sí, miran sus ropas, por ahora no dicen nada, guardan completo silencio y miran reverentes a sus pares hablar.

- Sociólogo (convertido ahora en jurista): ¡Sí, sí, es la muerte de los juristas!, hay que llegar a la verdad del asunto, vayamos a fondo y entendamos la muerte de su realidad de otro modo…

- Profano (convertido ahora en jurista): Claro… pero para ello deberíamos analizar primero mis honorarios, pues quizás no lo recuerde, pero es a usted a quien le endilgan la muerte de mis queridos colegas.

- Sociólogo (convertido ahora en jurista): Cómo a mí señor, a mí no puede ser, si yo llegué aquí vos, perdón, con usted…

- Profano (convertido ahora en jurista): Déjese de sandeces, hay que preparar una defensa, un alegato creíble para que no lo encarcelen por único sospechoso de este horrible crimen.

Los ex juristas toman posición y comienzan a hablar, se dirigen al público, sacan un volante de sus bolsillos y se lo entregan:


- Jurista 1 (convertido ahora en sociólogo): Hay sectores dentro de ciertas clases sociales que construyen una diferenciada relación con el cuerpo, ya sea en el gusto estético, y en los juegos de etiqueta en los que se manifiesta. Se podría afirmar, que el mantenimiento de estos lugares diferenciados en las clases sociales se dan también a partir de “la distinción” en las prácticas sociales y culturales ejercidas bajo criterios lingüísticos, formas y marcas corporales que la clase dominante y sus grupos de letrados reasegura y monopoliza como extraños. La distinción de estos grupos aumenta en la medida que los instrumentos necesarios para lograrla sean raros, escasos y que las pautas para codificarlos no estén distribuidas universalmente. Sólo así una minoría se separa de una mayoría, solo así estos últimos quedan como obnubilados ante los movimientos llamativos y novedosos de los primeros.

- Profano (ahora convertido en jurista): Ahora se aprovechan de nosotros, deberíamos aplicarles capitis diminutio máxima.

- Sociólogo (ahora convertido en jurista): Yo diría, la conocida manus iniectus.

- Profano (ahora convertido en jurista): Esa no la tenía, manus cuanto…

- Sociólogo (ahora convertido en jurista): La manus iniectus era una institución del derecho romano antiguo contada por el gran romanista Savigny, que consistía en hacerse dueño del cuerpo del deudor y cortarlo en tantos pedacitos como acreedores existiera. Cada uno se llevaba la mejor tajada.

- Profano (ahora convertido en jurista): (Mirando a los otros presentes de reojo). ¡Ah!, que interesante… el cuerpo es la prenda común de los acreedores. Qué interesante…

- Sociólogo (ahora convertido en jurista): El cuerpo es la garantía que podemos cortar en tantos pedazos como venga al caso. Pero la toga, la toga… no se toca.

- Jurista 2 (ahora convertido en profano): Esos pijos se hacen los raritos, cada vez más raritos y con más guita. Nosotros nos hacemos los raros con lo poco que tenemos a mano, con lo que nos queda. Igual los envidiamos, siempre quedamos como flascheados con ellos, cada vez que pasan, cada vez que están frente a nosotros. Hay pibes en otras partes del barrio que se la dan de copetudos y se empilchan de otra manera, no traspiran la camiseta y se manchan como nosotros, juegan entre sí todo el día para ver quien es el más lindo y el más cajetilla. Cada vez que pasamos nosotros nos miran de arriba abajo como diciendo, de donde saliste loco, volá de acá que vos hablas como un bruto. Esos pijos se hacen los raritos, cada vez más raritos y con más guita. Nosotros nos hacemos los raros con lo poco que tenemos a mano, con lo que nos queda. Igual los envidiamos, siempre quedamos como flascheados con ellos, cada vez que pasan, cada vez que están frente a nosotros.

- Profano (convertido ahora en jurista): ¡Por favor!, de dónde ha sacado esa vulgaridad propia de los bárbaros y animales. Así era…mi…mi…lenguaje…en una etapa anterior a mi evolución de este gran jurista.


Se retiran todos del escenario.

Julián Axat y El cuerpo de la Toga (2), obra de teatro

ACTO SEGUNDO. (Finiquitando)

Ingresan a escena los dos juristas y los dos profanos, los cuatro llevan puestos calzoncillos, traen consigo dos maniquís, uno vestido con toga otro vestido con ropa payasesca. También traen una lámpara.

Persona 1: (hacia el público): El aparato óptico de la representación, es un experimento que inventamos, en realidad fue inventado hace mucho tiempo, nosotros les vamos a explicar cómo es que funciona.

Persona 2: Ustedes son unos profanadores de lo sagrado, unos bárbaros y brutos.

Profano 3: El aparato óptico es exactamente un profanador, su uso demuestra que la historia ha construido una imagen de los juristas, una forma óptica sagrada, como efecto-representación pública de presentificación de lo ausente, o de lo muerto, y de la autorrepresentación que instituye el sujeto de mirada en el afecto y el sentido.

Persona 4: El abogado, ad-vocatus, el que “aboga por otro”, habla por él, se pone su rostro y habla en público mientras el otro silencia. Habla el que sabe, calla el que ignora.

Profano 1: Con esta maquinola se trata de poner al descubierto cómo un signo visible puede ocultar otro. Cómo hemos sido engañados por medio de un espectáculo hecho para pocos actores, pero dirigido al grán público.

Profano 2: El aparato óptico sirve para representar: exhibe, hace comparecer en persona que hace ostentación pública, construye presencias bajo una modalidad social codificada.

Profano 1: Paso a explicarles su mecanismo: Se pone la máquina enfrentada a los maniquíes. Ahora todos nos sacamos la ropa.

Todos se sacan la ropa y la devuelven a los maniquíes, el aparato se enciende de golpe y apunta a las vestimentas, se escucha un rudo extraño, como un trueno, salen luces de colores. Los actores se desparraman por el piso, se dirigen hacia los trajes y se los ponen ahora, los profanos se visten de juristas.

Jurista 2: ¡Pero claro!, para nuestra profesión es fundamental ocultar las minucias y miserias del representado, para luego representar las bellezas y magnitudes del representante. Lo excelso es lo apolíneo, diría Aristóteles. Lo bajo e impuro debe quedar afuera.

Profano 1: Sería más bello que nuestros queridos actores, quienes nos representan, no olviden el libreto que le hemos escrito especialmente.

Jurista 1: En una gestión de negocios así siempre habrá tarea demás para realizar, cosas que el libreto que nos han dado y que en modo alguno estaban previstas. Pero nosotros, con suma libertad podemos hacerles decir y así jugar a ser ustedes…

Profano 2: Con lo que usted está diciendo queda a la vista que representar es también ocupar el lugar de alguien a quien se da por muerto.

Jurista 2: No queda ninguna duda.

Profano 1: Es la efigie puesta en lugar del rey muerto sobre el lecho funerario.

Jurista 1: Cómo los sarcófagos egipcios.

Profano 2: La representación se funda entonces en mostrar el silencio de un muerto, y la voz de un vivo…

Profano 1: Un flor de vivo….

Jurista 2: Por favor, no injurie mi magistratura…

Profano 2: El espectáculo se dirige directamente a la imaginación produciendo un extraño efecto simbólico despabilador que produce creencia.

Jurista 1: Pero si estamos actuando, ¿quien habla a través de este actor es un muerto?

Profano 1: Si usted va a decir toda la verdad, entonces adelante…

Jurista 2: ¿Se trata de poner en duda toda forma de representación, no?, ¡Joderse entonces!

Jurista 1: Si trajeron esa maquinita, déjense de hipocresías, y hagan uso de ella contra todos los representantes.

Jurista 2: Profanen todo, y háganlo de manera radical…

Profano 1: (se dirige a su compañero) pero esto no tiene nada que ver con el radicalismo…

Profano 2: No seas tonto… nos están diciendo que dejemos de profanar o nos van a profanar a nosotros mismos.

Los profanos hablan entre sí, ponen cara de preocupados

Profano 1: Pero si usamos la máquina contra nosotros mismos, nos convertiremos en los actores de carne y hueso que estamos representando esta escena.

Profano 2: Es eso lo que nos están pidiendo… pero ya lo tengo (se dirige a los juristas), ¡hagamos un pacto!

Jurista 1: Adelante, diga, diga…

Profano 1: Nosotros seguimos actuando, y ustedes siguen con sus fechorías, rompemos la máquina, nos olvidamos de ella para siempre, nos independizamos de los representados.

Jurista 1: Ahora sí, ¡seremos libres!

Jurista 2: Libres con total impunidad para actuar…

Profano 2: Para seguir cobrando honorarios

Profano 1: Para seguir con nuestra murga, y nuestro carnaval, ¡destruyamos la máquina!.

Los cuatro toman unos palos y martillos que tienen a mano y comienzan a golpear la máquina hasta apagarla. Una vez que terminan, se miran entre sí. Se quietan la ropa, quedan nuevamente en calzoncillos. Y se dirigen al público, mezclándose entre ellos.

Los cuatro (entre el público y a los gritos): ¡Somos libres!


SÍNTESIS CONCLUYENTE. (Dejá la toga pibe y veníte a la fiesta)

Ingresan el autor y el director a escena, el primero está vestido con ropa carnavalesca, el director lleva puesta una toga:

- El Autor: Señor espectador, somos los padres de la criatura, los representantes de todo este artefacto estúpido. Aquí nos atajamos, por eso y también por cierto grado de culpa, nos hacemos absolutamente responsables de lo que acaban de ver. Si vino fallado de fábrica o les pareció un mero acto de esnobismo, sabrán disculpar o pedir la devolución de su dinero en la puerta. Gracias.


- El Director: Si les gustó o acaso se sienten parte de todo esto, tenemos la esperanza que usen la toga de otro modo, no se separen del mundo señores, sepan disfrutar de la fiesta, del encuentro alegre de sus cuerpos. Gracias.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Juan Aiub Ronco, un poema para Virginia Ogando



VICTORIA

En memoria de Virginia Ogando


Zanja llena de barro
siempre
hurgar
tantear a oscuras
un brazo igual al tuyo,
igual pero de varón
una nariz
dedos, varios dedos

Tocaste algo?
Sí, creo que son dientes.
Es él?
No, no es
otra falsa alarma

Alegría de la búsqueda se escurre
nunca será hallazgo

No es cierto que tu sonrisa hizo lugar a un cilindro helado
Ni que tu sangre perdió viscosidad sobre esos rulos dorados
no es cierto
Tus ojos fáciles no quedaron abiertos
Por fin los encontraste, el experimento funcionó


Juan Aiub, 15 de agosto de 2011.-

viernes, 12 de agosto de 2011

“¡En qué país vivimos!”.El juez, el futbolista y la yegua.

Populismo y persona

Derrumbado el paradigma comunista y domesticado hasta su desnaturalización definitiva el ideario socialista, apareció un nuevo monstruo al que los poderes del mundo quieren acabar, condenándolo como epítome del mal: el populismo. Concepto demonizado por una equiparación, forzada y reduccionista, con la idea de masificación y sostenida en una supuesta, e irreductible, negatividad de la masa, presentada como lo amorfo, sin autorregulación, ni autonomía posible, ajena a la clara y reflexiva libertad del individuo o mejor aún, libertad del ciudadano, ese ser impoluto que conoce derechos y obligaciones y es guiado por su conciencia moral hacia la satisfacción de sus necesidades por el Mercado, dentro de un orden social de pares que, con funciones diferenciadas de acuerdo a rango, posición social y/o saber, contribuye a la armonía y al logro de un progreso incesante.

En tanto y en cuanto las expresiones, las formas y productos culturales populares, las voces, no interpelen, no afecten, la esfera de “lo político” serán tomadas (y alentadas) como parte del color local, del juego de lo diverso, globos de colores con todos los matices del entretenimiento y, en consecuencia, fáciles de conceptualizar, envasar y vender. Ese populismo de baja intensidad, ese color local soportable, ese juego con deslices desde los pliegues de lo permitido es, al fin de cuentes, la sal de la tierra para una sociedad del espectáculo mediático, el componente básico de ríos de advocaciones a la moral y las buenas costumbres, materia prima de la crítica de costumbres mas adocenada y repugnante y por otra parte (con su valor consolador y su profunda mala fe) más prolífica en los medios. Es lo que va de un Ford a una Giménez, de un Tinelli a un Rial, en los innumerables programas de crítica del espectáculo, pero también en el color local o las apelaciones coloquiales y cancheras de los escribas serios del poder. Pero ¡cuidado!, algunas de esas voces, pueden salirse del libreto, del esquema de incumbencias y permisos asignados por los dueños del juego.


En cambio el populismo, en tanto intervención y despliegue político de vastos sectores sociales, es esgrimido como espantajo en el discurso globalizado de occidente. La bête noire de la paz social, las reglas de urbanidad y el consenso social, la degradación del orden democrático por “otra cosa”, en donde, la presencia de vastos conjuntos sociales en el espacio público, las figuras de liderazgo, los emblemas de la pasión, la voz y la opinión de los impertinentes, los que “no pertenecen”, son “excrecencias malsanas”, malos ejemplos para la educación de la plebe y síntomas ineludibles de un mal que debe corregirse con orden y autoridad. Una plebe, aclaremos, a la cual solo le esta asignado un paciente proceso de estoicismo, de normalización educativa, de moldarse en ese lecho de Procusto de un orden en cuya edificación no tuvo ni voz ni voto (o bien fue engañado o tergiversado, según el devenir sociopolítico de la sociedad en cuestión). Y es bajo este concepto que se articula, desde el despliegue del proyecto político kirchnerista en nuestro país, una de las batallas más significativas de los últimos años, presentes en la construcción diaria de sentido, en la propia percepción de la realidad y, en consecuencia, en la lucha política cotidiana.


La construcción de esa negatividad sin matices, es, por supuesto, toda una operación semiótica, y política, cuyos fines son claros: la apelación a un calificativo ad hoc de disciplinamiento, advertencia y condena, inscripto en una construcción simbólica mayor: la apelación reiterada a los valores republicanos, la moral permanente (¡y aceptable!) de la patria, o el sentido común a secas. Operación a la cual se acude en vista de un realidad palpable, tanto en nuestro país como en buena parte del mundo civilizado de occidente: la falta o la estrechez del actual discurso de una derecha que, a fuerza de lidiar con una crisis económica, financiara y social inmanejable, empieza a mostrar sus verdadero diagnóstico y propósito, sin maquillaje ni anestesia: la consolidación de una sociedad en donde sobra gente y en donde sólo un rígido disciplinamiento puede garantizar la conservación de los privilegios y el avance de una idea de progreso restringido, a costa del exterminio de población y la definitiva degradación del ambiente.


Así, instalado en el discurso de los grandes medios la cantinela de la degradación del orden público, no resulta extraño que un pasquín seudo periodístico, despliegue una campaña de hostigamiento a uno de los jueces más prestigiosos del país, Raúl Zaffaroni, en nombre de una decencia y decoro que la propia práctica periodística del medio impide dilucidar y que, sobre la misma campaña, se inscriban personajes de toda laya y políticos con principios de plastilina e idoneidad de cartón. Campaña degradante que, como sabemos, provocó la reacción inmediata de sectores sociales de toda índole y el posterior sosiego del medio inculpador, ante el desenmascaramiento de la operación.“Soy Raúl, yo trabajo de juez, no soy juez.”, dijo el propio Zaffaroni ayer en una Facultad de Derecho de la UBA colmada por organizaciones sociales, colegas y estudiantes. Una persona, diríamos, ni mas ni menos. Una persona, como el propio Maradona explicó en un largo reportaje concedido a la revista Garganta Poderosa y que también incomoda: “Yo soy y seré villero toda mi vida, y estoy orgulloso de haberme desenvuelto como un villero en un mundo donde todo el día te quieren llevar por delante”. O como otro jugador popular, Carlos Tevez, declaró en la misma revista tiempo atrás: "Aunque sean más inteligentes con la cabeza, por haber estudiado en las mejores escuelas, nosotros somos mucho más fuertes en nuestro interior y somos mejores del lado humano, que es lo importante. En ningún otro lado existe tanta humanidad como en una villa".


Estas declaraciones se vuelven útiles no porque sean verdades absolutas o santificables, sino porque parten de una condición de pertinencia que las hace profundamente veraces y humanas: el apego y la reivindicación a la propia dignidad como persona, fuera de todo rango o distinción social, fuera de toda diferencia fundante de algún privilegio o autoridad. El ser y sentirse persona. Como tantos miles que, contra toda resignación, parten de esa certeza para justificar y abonar su lucha diaria por la vida. Y no es casual entonces el cariz político que toman sus opiniones como también, claro, el origen de los acosos y ataques que sufren. El mismo tipo de ataque que padecen desde la propia presidenta (la yegua) hasta quienes en el ámbito periodístico o intelectual abonan sus políticas con epítetos de todo tipo que solo confirma la catadura rufianesca y cobarde de quienes los infieren. Es este el punto que creemos necesario enlazar: la efervescencia de lo popular, la participación desprolija y pasional de vastos sectores en la vida social, tiene un hondo anclaje en nociones elementales como las de dignidad y persona que, contrariamente a lo que señala el discurso del poder, son, al mismo tiempo, basamento y objetivo de una verdadera política populista.

Carlos Aprea, Villa Elvira 12 de agosto de 2011