La historia se ha ido falsificando con su
consiguiente efecto político: Evita podía ingresar al panteón de las grandes
figuras a condición de que ello sirviera para impedir el ingreso de su esposo y
del peronismo como expresión de movimiento de masas que había cuestionado el
orden oligárquico nacionalizando los depósitos bancarios y el comercio
exterior, junto a otras tropelías cometidas contra la clase alta y el capital
extranjero.
El liberalismo conservador y la izquierda
abstracta se habían concentrado en aceptar a Evita, no ya como compañera del
general y puente entre éste y los trabajadores, eslabón fundamental en la
conducción bonapartista del movimiento policlasista, sino reduciéndola al
asistencialismo y aún más, convirtiéndola en la izquierda que se oponía a la
tendencia derechista y profascista de su esposo. Todo lo que en ella
configuraban virtudes aparecían como la contracara de la inescrupulosidad, la
mendacidad y la falta de sentimientos de su esposo.
Ésta
fábula se creaba especialmente para consumo de los amplios sectores de la clase
media seudoculta de las grandes ciudades, que necesitaban superar su viejo
gorilismo dando paso a una apreciación más progresista del peronismo,
demostrando así su amplitud de criterio sin por eso caer en posiciones
"populistas" o antiimperialistas. En última instancia consistía en
elevar aquel viejo gorilismo a un nivel superior que permitiese los méritos de
Evita sin por eso reconocer los de Perón.
Se comenzó a impulsar una estrategia, cuyo
primeros esbozos correspondieron a intelectuales provenientes de la
autotitulada izquierda, es decir aquellos que apoyan a los movimientos obreros
y campesinos de todo el mundo (con profusas citas de Marx y Lenin) para
reservarse el derecho de descalificar a todos los movimientos populares
surgidos en el propio país, a unos por bárbaros e inorgánicos, a otros por
populistas y sometidos a la burguesía, y a otros por fascistas, inmorales y
autoritarios.
Desde esa izquierda, que venía de una
ardorosa lucha contra el peronismo, brotó esa estrategia que sería tan bien
recibida por las minorías dueñas de la Argentina. Se trataba de reconocer
parcialmente a Evita, sacralizarla, convertirla en un póster (como lo harían
luego con el "Che") o en una santa sin política, toda ella entregada
a satisfacer los pedidos de los desvalidos y carenciados.
No una Evita, como había sido, puente
entre Perón y los trabajadores, cumpliendo un rol fundamental dentro del frente
policlasista, sino la misma hada buena con que la había rotulado la estupidez
de los burócratas del peronismo. A una hada o santa se la podía venerar pero no
imitar porque son cosas del más allá.
Esa Evita que fabricaron debía
quedar desgajada del movimiento popular y de Perón, flotando en el cielo de la
misericordia o en el póster rojo de la revolución abstracta.
Cuando
uno lee cierta prensa, piensa que una gran parte de los intelectuales
argentinos ha hecho un pacto con el diablo. En general, son tipos inteligentes,
informados, brillantes algunos, capaces de comprender hasta la minucia el
desarrollo social de algunos pueblos lejanos donde actúan dirigentes de
exóticos nombres, pero resultan de una gran ceguera para ver el cuadro
grandioso que se desarrolla en su propio país, como si su alma estuviese
enajenada para todo lo que significa aprehender la realidad nacional.
David Viñas declara en Página 12 del 29 de
marzo de 1988: "Eva Perón habrá sido subversiva, rebelde, todo lo que
quieran, pero no fue una revolucionaria porque no cuestionó el régimen actual
de la propiedad". Y agrega: "Revolucionaria fue Rosa
Luxemburgo".
Yo le contesto que el error suyo consiste
en suponer que la única revolución posible en América Latina es socialista. El
viejo Lenin le hubiese advertido que en los países sometidos por el
imperialismo la tarea esencial es la revolución nacional y que los socialistas,
en vez de menospreciarlo, deben luchar, desde su propia perspectiva y tras sus
propios objetivos, junto al resto de los luchadores antiimperialistas porque
ese es el camino hacia el socialismo.
Mao
le hubiese dicho que la tarea de la revolución China consistía en una
revolución nacional y en una revolución democrática. Es decir que son
revolucionarios quienes enfrentan al imperialismo, aunque no sean socialistas.
Si descalificamos a Eva y a Perón como
revolucionarios (a ellos que lideran el proceso de liberación nacional más
profundo llevado a cabo en la Argentina), entonces no hay ningún revolucionario
en nuestra historia. Ni San Martín, ni Dorrego, ni Varela porque no eran
socialistas, ni Yrigoyen cuya concepción era agrarista, ni los dirigentes de la
izquierda tradicional que no consiguieron obtener la confianza de los
trabajadores.
Claro usted dice revolucionaria fue Rosa
Luxemburgo; y a mi suena como esa opinión de los argentinos recién vueltos del
viaje a Europa y que proclaman con los ojos en blanco: “¡subterráneos son
aquellos... qué limpieza... y qué educación!”, mientras le hacen asco al país
de mierda en que les tocó nacer.
Aquella admirable mujer, Rosa Luxemburgo,
le diría a usted señor Viñas: "en lugar de rendirme elogios ¿por qué no se
ocupa de averiguar en qué caminos anduvo y anda la clase trabajadora de su
país, esos socialistas en potencia que guardan afecto a Eva y a mí apenas me
conocen? Sea usted socialista Viñas, pero de su propio país y de su época. No
se desencuentre, una vez más, con los hombres y mujeres de trabajo que veneran
a Evita...”.
Del blog Discípulos de Cooke,
08/12/2011. En Verdades y mentiras acerca
de Perón y Eva Perón, 1996
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