ADONDE
ESTÉ
Durante mucho tiempo, la Fusiladora y
su cría militar o “democrática” especularon con la muerte del General Perón y
tal vez para aquella gente haya sido el hecho más deseado a lo largo de
aquellos dieciocho años de exilio. Alguna vez, incluso, los compañeros hicieron
circular radiografías falsas en las que el hombre aparecía próximo a morir y
mientras un informe ultra secreto iba de acá para allá entre funcionarios de
Inteligencia, el viejo patán reía a carcajadas en Puerta de Hierro.
Nuestro General nos ha legado fantásticas muestras de ese humor campero,
inteligente, socarrón, absolutamente argentino, pero un día pasó que se murió
de verdad y la historia del país se congeló y las multitudes salieron a la
calle a expresar su dolor: lo mentado imposible pasaba delante del llanto y el
estupor popular - en una cureña – mientras, al mismo tiempo, en sus
madrigueras, continuaban sumando personal y logística quienes convertirían la
violencia por venir en un paisaje alucinatorio. Pero el Jefe ya estaba más allá
de eso. Es sabido: al volver del exilio hizo un último esfuerzo (que le habían
señalado como muy peligroso para su salud) y partía sin poder ordenar tantas
fuerzas contrapuestas mientras el Departamento de Estado se restregaba las
manos, la Sociedad Rural brindaba y Gelbard –junto al proyecto de independencia
económica y sustitución de importaciones– organizaba su partida del Ministerio
acomodando papeles. Pocas muertes han expresado tan claramente un fin de época.
Y ninguna fue así de lamentada por los humildes de la Patria.
Sus mejores seguidores (Néstor
y Cristina) no lo trataron personalmente e incluso formaron parte de aquella
juventud que se animó a interlocutarlo con sentido crítico. Hoy aparecen en las banderas ellos dos, el
General y Evita.
Es que, a cuarenta y cuatro
años de su partida, Perón sigue resultando imprescindible para entender el
desde dónde y el hacia dónde ir, entre otras cosas porque su nombre permanece
como paradigma de dignificación e inclusión de los trabajadores, tan necesario
como entonces y tan necesario como los que convirtieron su nombre en
contraseña, pertenencia y orden de combate.
Gracias, entonces, General.
Adonde esté.
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