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"Aquí nadie / tiene derecho a distraerse, / a estar asustado, a rozar / la indignación, a exclamar su sorpresa". F.U.
Un detalle muy presente en los actores con poca o nula experiencia escénica suele ser la sobreactuación, y digo detalle y no defecto ya que, en numerosas ocasiones, su sobreabundancia termina por definir un estilo, aún cuando ese estilo, como sucede también en la literatura, este cargado de respuestas esquemáticas y retóricas previsibles. Porque en todo caso, al igual que sucede con espadas y cuchillos, solo un buen temple garantiza el desempeño correcto de su finalidad. Y el temple no es una mera cuestión de atravesar los fuegos y calores adecuados. No es, tampoco, un lógico destilado de la experiencia sino más bien la puesta en oficio de una virtud: la templanza.
Claro esta que, para quienes venimos escaldados de antiguas experiencias con iglesias estrechas, la mención a una virtud cardinal suele esparcir en nuestros pobres cerebros, humos de sacristía que producen espanto. Pero, no más superado el prejuicio y comprobado que aún gente realista y ajena a los dogmas, como Norberto Bobbio, ha reflexionado sobre dicha virtud (ver Elogio de la templanza), conviene ir liviano de temores al centro de nuestra propuesta.
Para quienes observamos con entusiasmo más o menos militante el actual proceso social y saboreamos con deleite el renacido interés por la política (que nos remite a otras gozosas épocas), no ha dejado de preocuparnos una aparente paradoja que viene presentándose con creciente frecuencia: en un presente con notables consensos para el actual gobierno, hechos y situaciones que, a nuestro juicio, deberían ser justipreciados en función del interés del conjunto social, de las grandes mayorías nacionales, y en virtud de ello, merecer una cauta y sosegada reflexión, pasan a ocupar, para nuestro asombro, el centro de un imaginario ringside, en un Luna Park donde, dichas mayorías, no solo no han solicitado entrada, sino también desconocen su exacta ubicación y su precio, porque no es ese el centro de sus preocupaciones. Nos referimos tanto a la polémica por la presentación de Vargas Llosa en la Feria del Libro, como a la más reciente puesta en escena de una nueva condena mediática: el caso de Hugo Moyano y los vaivenes de una operación claramente destinada a dividir y golpear al actual gobierno y limar su chance electoral, más allá del color o la limpieza exacta de la conciencia del actual jefe de la CGT, que no es el motivo real de este embate.
Es que no hace falta ser más que un lector apenas avisado para advertir que esto es solo un capítulo más del despliegue de poder comunicacional de quienes, detentando una posición dominante en el espacio audiovisual (construida por décadas, al calor de todo tipo de transacciones bajo cuerda y con la complicidad de todo el arco político argentino y todos los gobiernos de facto) poder que consideran en jaque desde la aprobación de la nueva Ley de Medios, se esfuerzan día a día para horadar toda credibilidad y entorpecer al gobierno nacional. Las revelaciones que han ido apareciendo sobre el armado de la operación mediática, no dejan dudas al respecto y, más allá de nuevos detalles por venir, esta claro también que la batalla no se detendrá, por lo menos hasta el resultado de las próximas elecciones, donde entre otras muchas cosas, se juega, precisamente, el destino de esta importantísima Ley. Ante la ausencia de una oposición que este a la altura de las circunstancias históricas (y a la altura de la riqueza semántica y política de Cristina Fernández de Kirchner) esta es, a nuestro entender, la principal batalla política que enfrenta el actual gobierno.
Es bajo este razonamiento y en virtud quizá, de ciertas enseñanzas de un pasado tan jacobino como solitario, es que apelamos a repensar a la templanza como virtud a revisar en estos días. Templanza para no caer en la trampa del propio incendio, por una pasión azuzada hasta la violencia por quienes solo quieren agotar nuestro combustible y desmoralizarnos. Templanza más como constancia en la lucha, con el ritmo y la reflexión adecuados, que como mera moderación. Templanza activa y alerta en las charlas y acciones compartidas y en el sentido de la parábola de Antonio Machado:
“Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;(...)”.
Dijo el demócrata Vargas Llosa:
"Argentina es un galimatías que nadie entiende". "Hay una responsabilidad de los argentinos en la tragedia que viven: no tan injustamente les pasa lo que les pasa". Y: “La Argentina es un país incurable, UN AQUELARRE”.
"...Los argentinos... han querido ser pobres, vivir bajo dictaduras, han querido vivir dentro del mercantilismo más espantoso. Hay una responsabilidad del pueblo argentino en lo que ha ocurrido. Es lo que tendría que reconocer Argentina. Nadie les hizo lo que tienen. Lo hicieron ellos, lo construyeron ellos. A mí me espanta lo que ha ocurrido en Argentina. Porque yo me acuerdo la primera vez que fui a Argentina me quedé maravillado con el nivel de cultura que tenía la Argentina, era un país de clase media, prácticamente no había pobres en el sentido latinoamericano de la pobreza".
(Sin decir, es claro, ni una palabra acerca de la más feroz dictadura militar y empobrecedora del planeta, y que obviamente no fue electa en las urnas).
Vargas Llosa no ocultó su enojo contra el matrimonio K al preguntarse "¿cómo puede estar una pareja como los Kirchner gobernando ese país? Qué degradación: política, intelectual ¿Cómo es posible? Por eso para mí es un galimatías indescifrable".
El más reciente Premio Nobel de Literatura es un grande de las letras latinoamericanas, maestro de por lo menos dos generaciones y no sólo en Perú y aquí, sino en el mundo entero. Debiera ser considerado honrosísimo y muy oportuno que una personalidad tan destacada venga a la Argentina a abrir nuestra feria mayor, seis meses después de haber sido galardonado en Estocolmo.
Sin embargo, esta vez es absolutamente cuestionable que se lo haya invitado a dar el discurso inaugural. Porque se trata, cada año, de un discurso político. Lo cual debería imponer un extremo cuidado a los organizadores, a la hora de invitar a quien lo pronuncie. Y eso es lo que no ha habido en este caso. Por eso estuvo bien Horacio González en su carta, como estuvo bien la Presidenta después. Pero caben otras consideraciones.
La posición política e ideológica de Vargas Llosa es conocida en todo el mundo como propagandística del más dogmático neoliberalismo; por lo tanto es desaconsejable invitarlo a abrir la Feria, pero del mismo modo que sería desaconsejable invitar a cualquier representante dogmático de cualquier otra posición doctrinaria. Esa es la cuestión central de este episodio.
Es cierto que el maestro Vargas Llosa hace menos de un año anduvo haciendo y escribiendo declaraciones muy agresivas acerca de nuestro país, nuestros gobiernos y nosotros los argentinos. Fueron declaraciones no sólo provocadoras sino también, y por decir lo menos, desinformadas y prejuiciosas; injustas y gratuitas.
Nada de eso ameritaría distinguirlo, por lo tanto. De donde invitarlo a abrir la Feria magna de este país y este año es, y otra vez por lo menos, un error. Y una tontería si fuera una decisión ingenua, que no es lo que parece. Porque alguien –ignoro quién o quiénes– parece haber buscado que esta feria, en año electoral, sea una piedra en el zapato del Gobierno.
Y eso es lo irritante. Porque pone a la Presidenta en un lugar gratuitamente incómodo. Si asiste, se comerá un discurso ofensivo, desinformado y provocador. Y si no va, quedará colocada en un lugar de cobardía.
Peor aún: si va y escucha y no responde, acabará contrariada. Y si va y escucha y responde (que es lo más probable), entonces la prensa española y la prensa argentina neocolonizada la despedazarán diga lo que diga.
No hay salida. Y ahí está la trampa.
Por lo tanto, el problema no es el Premio Nobel Vargas Llosa, cuya consagración fue irreprochable porque en él se premió una estética literaria moderna, innovadora, original y escrita en los márgenes de la civilización imperial. El se prestará a este juego por afinidad ideológica, y porque más allá del enorme narrador que es, también es un cruzado neoliberal, de esos que se espantan ante cualquier gesto o corruptela kirchnerista, pero a Menem le toleraron sin chistar que nos rifara el país, el petróleo, los ferrocarriles, los puertos y la mar en coche.
Pero si el problema no es Vargas Llosa –que ya que fue invitado debe venir, y hablar, y decir lo que se le ocurra, que es lo que corresponde en un país democrático y en el que sí impera la libertad de expresión–, entonces el problema son las autoridades de la Feria del Libro. Obviamente no todas, porque conozco esa institución a la que respeto desde hace años. Pero alguien ahí, no sé si una interna o algún dinosaurio/a extraviado, ha jugado esta baza inteligente: es difícil, casi imposible oponerse a la idea de un último Nobel, y además latinoamericano, para abrir la Feria.
Me parece, pues, que simplemente habría que repudiar esta invitación si él viene a pronunciar un discurso político (lo que me parece altamente probable). Y habría que aplaudirla si viene a dictar una conferencia magistral sobre Literatura, materia en la que es docto como pocos y sin dudas deleitará al auditorio. Sería bueno que se conozca desde ahora el título de su discurso, aunque es obvio que luego el maestro Vargas Llosa dirá lo que se le antoje, y en mi opinión no se privará de esgrimir en su texto dardos, estiletes e ironías. Allá él.
Pero una cosa es una cosa y otra es que alguien parece haber hecho una trampita en este asunto. Para convertir la organización de la Feria del Libro en una especie de Mesa de Enlace intelectual, utilizando la figura de Mario Vargas Llosa, y acaso con su beneplácito. Penoso episodio, si fue así.