lunes, 29 de septiembre de 2014

Pedro Orgambide, Cantares de las Madres de Plaza de Mayo


1

De los arrabales de la luz
de las fronteras donde el barro es el barrio
y los faroles las mentidas estrellas
de los tangos furiosos que rezongan
su impotencia banderas bandoneones
que se pudren a orillas del Riachuelo
de allí de donde soy
vengo con la guitarra de los payadores
antiguo huésped de los almacenes
jugador de truco con su baraja muerta
una guitarra un naipe que me cambie la suerte
porque voy a limpiar la boca de la injuria
antes que sea tarde y no quede memoria
en esos arrabales que otros llaman patria.



4

Caminan en círculos,
los jueves.
Siempre están allí,
los jueves.
Nunca se sientan,
porque es jueves.
Caminan como leonas
alrededor de sus cachorros,
los jueves.
No descansan, no duermen
las leonas,
porque es jueves.
Huelen la tempestad.
No olvidan,
porque es jueves.



8

No hay perdón no hay olvido para la mano ciega
que destrozó la rosa de la muchacha en flor,
que le quemó los senos, las pupilas, los párpados,
no hay perdón no hay olvido
para los que sonríen lo mismo que Gardel,
desde las fotos sucias del secuestro y el crimen.

No hay perdón este jueves.
No hay olvido este jueves.
Hay una luna roja, tan pequeña, que cabe en la camisa.


18

Tumbas sin nombre
islas que el tiempo tañe en la molicie
teclas de bandoneones
desperdicio de tangos
basura que el ciruja ni se digna a mirar
sos todo lo que tengo
mi vergüenza de cantor
que camina los pasos de los otros
recolector de nada
ciego sin lazarillo que le chifle.

Pero verás el día, madre.
Verás el día, vieja.
Los gorriones del barrio cantarán otra vez
y todos tendremos el derecho a ser cursis.

Pobre mi madre querida
cuántos disgustos le daba.

Nos portaremos bien, vieja querida,
cuando pase este disgusto, este diluvio,
esta bronca feroz,
este malentendido de estar muertos.


19

Ellos están allí
ellos nos miran
desde ese mar de barro del Río de la Plata
escuchan mi canción
pero están muertos
en cementerios de algas
en la niebla
y los maderos flotan en el río
ah flor de la madera en la corriente
entre arpas de agua que rompen su cordaje en la ribera.
Ojos insomnes del naufragio
que ven llegar al cedro, al algarrobo,
orgullosos vigías derrumbados por el hacha
en el griterío del verdugo
cayéndose de bruces
ola en ola
hasta el fondo.

Mirá entonces, hermano, llegar a los perdidos:
nave de troncos
monte flotante
pura selva de agua.

Entonces la Madre del Agua desciende para verlos
entre serpientes de sol
ondula
baja
diosa del remolino
y les besa los párpados
teje trajes de musgo para los ahogados.



Pedro Orgambide (1929-2003). 

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