Hay gente que es artista sin tener
conciencia de serlo. Entonces sueña como artista, vive su arte y su vida es un
arte. Es gente que anda por ahí, sin pensar en la tierra ni en el cielo y que
actúa en armonía con algo que la sociedad no quiere que exista y por ello se
confabula para abortarlo, o destruirlo. Es una armonía que se establece con lo
desconocido, por lo perverso, con lo reprimido, con la ansiedad de lo divino y
con el deseo de matar, que es igualmente necesario. Esa armonía los hace
artistas, y no tienen conciencia de serlo. Si tuvieran conciencia, quizás todos
los prejuicios que existen sobre el significado que socialmente tiene “ser
artista” harían que su acción vital se desvirtuara. Son inocentes. ¿Los hay?
Sí, los he encontrado. Están en los loqueros, a veces debajo del agua, o en un
bodegón. Me topé con una artista en Neuquén, parecía una piedra de oro tirada
en la montaña. Hablando horas y horas con esa vieja mapuche supe que ella era
la vida y era el arte. Me dijo que antes de hablar conmigo iba a soñar conmigo,
que en el sueño descubriría si yo era o no una persona de confianza. Tuve la
suerte que al otro día me hablara y pude entender la lengua del viento. Ella
encarnaba todo lo que yo había puesto en la utopía del arte. Ella era la
poesía, mientras tomábamos mate, me acariciaba la mano y escuchábamos al
viento.
Cuando esos auténticos artistas
toman conciencia de lo que son, racionalizando lo que son, esa conciencia los
“ensucia” y dejan de ser lo que eran en el mismo momento en que lo descubren.
El espejo se rompe en mil pedazos.
Hay también gente que tienen
conciencia de lo que es el arte, a partir de la reflexión sobre lo que están
creando. Y aquí surge otra vez la división.
Están quienes actúan de artistas,
impostan de artistas y a partir de la cristalización de la pose y del rol
pervierten y depravan el verdadero sentir del artista. Cuanto más crece el
reconocimiento social más pronto se convierten en la máscara, en la payasada de
aquello que, como hombres, alguna vez fueron.
Hay otros, los hay, los hay, que
sufren con el peso de esa conciencia y pese a todo intentan mantenerse limpios,
lo limpio que se puede ser en la gran cloaca. La pregunta que se hace esa clase
de artistas es: ¿Estoy vivo o estoy muerto?
Yo creo que se responden, con
vómitos y balbuceos. Creo que el artista de esta raza sabe que está muerto,
condenadamente muerto, y tiene miedo de estar muerto y por eso hace arte. Para
escapar de su muerte.
Revista Cerdos & Peces, edición de agosto de 1990.
Vicente Zito Lema (Buenos Aires, 1939). Poeta.
Imagen: VZL. Extraída de FM 713, Radio Escolar,
Esquel, Chubut.
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