PRELUDIOS DEL AMANECER
In memoriam de
Darío Santillan y Maximiliano Kosteki
La noche se
presenta pálida y agónica,
como un testigo de
la eternidad.
Tengo preguntas en
la noche...
La luna quiere
saber de la mar: su estruendo
la espanta.
Enjambres de flores
alucinadas increpan
la desolación de la
tierra: se marchitan.
Los niños escuchan
las respuestas de las
vírgenes de la
piedad: el hambre
no tiene respuesta.
Mil preguntas
flotan en la noche. En el cielo
del perpetuo
socorro se alza una cascada de nubes rojas.
Sé que la agonía de
la noche es el comienzo
de todas las agonías.
Veo venir los soplos
siempre agrios del
dolor que se llama soledad.
Sé que la eternidad
de la noche es un espejo
de la fugacidad del
día. Escucho los pasos
de la resignación.
(Son de mi cuerpo,
pero no son
míos...)
La voz de mi madre
llega con la liviandad
de un susurro, el
viento del sur mueve
las cañas de bambú
y ella aleja la
palidez de la noche
-Te conozco. Nunca
te resignarás. Ya
de niño preguntabas
todo.
-¿Por qué la muerte
de esos cuerpos, madre,
sangrando como ríos
por la calle?
-¿Por qué la muerte
de esas almas, madre,
ya secas como
piedras, arrastradas como sacos
de basura, en la
estación de tren de Avellaneda?
-¿Ellos que
deseaban, hijo?
-Uno se agitaba por
el reino de la belleza...
El otro pretendía
la justicia del cielo
aquí, en la
tierra...
-Ya tienes las
respuestas sobre sus muertes, hijo...
¿Siempre será así,
madre?
Los cuerpos
devorados en su vida…
Las almas perdidas
en su muerte…
Los cielos de
diciembre son espejos de sangre…
¿Siempre será así,
madre…?
Tienes la respuesta
en tu propia boca, hijo…
No lo olvides: el
que calla, otorga…
La noche avanza
sobre el día,
pálida y agónica.
La única eternidad
que se escucha es el silencio.
De los muertos es
la quietud de la muerte.
De los vivos es la
desesperación de la vida.
Vicente Zito Lema,
Buenos Aires, 1939. Poeta.
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