La CIA
MECENAS DEL ARTE
ABSTRACTO EN LATINOAMÉRICA
Por
José Antonio Cedrón
A
mediados de la década pasada, Tom Braden, quien fuera dirigente de la Agencia
Central de Inteligencia (CIA) durante la denominada guerra fría de los años 50,
declaró en un explosivo documental transmitido por el canal 4 de la televisión
independiente británica, que la División de Organizaciones Internacionales que
encabezaba, coordinó y fomentó clandestinamente las más diestras ofensivas a
favor del arte abstracto.
Se
rió de su desfachatez con el mismo júbilo con que los poderosos de entonces
venden hoy sus memorias (como si fueran sólo suyas) en mesas redondas, foros,
programas televisivos, defendiendo el contexto (como si fuera también de su
propiedad), a sabiendas que la audiencia ignora porque el pasado que vuelve no
se baila, y aburre. Pero no se resignan.
Convencido
de su tarea a favor de la libertad, Braden aceptó que la CIA fue el mecenas
excepcional en la batalla por el éxito internacional de lo abstracto contra la
influencia del comunismo, que se presentaba como “una perspectiva horrible para
el mundo, dominado por las ideas estalinistas sobre el arte”.
Aún
así, al interior de los cubículos, los expertos no se ponían de acuerdo.
Alcanza
con saber que en 1947, el Departamento de Estado había tratado de organizar una
gran exposición de arte norteamericano en el exterior, y se había visto
obligado a un humillante retroceso después de los ataques de un pequeño grupo
de parlamentarios, para los cuales el abstracionismo era “una forma de
expresión degenerada, subversiva, paracomunista”.
Sin
embargo, lo que fue malo ayer, puede ser bueno hoy.
Para
que el mismo producto cambiara de cualidades, las máquinas recicladoras
empezaron por las ideas, reduciendo los costos de inversión.
Tres
años después, en 1950, durante la influencia generada por el senador Mc Carthy
se desarrolló en plenitud la histeria anticomunista; los dirigentes más
creativos de la CIA (muchos de ellos liberales graduados en Harvard y Yale)
remaron clamorosamente contra la corriente con el objetivo de imponer en la
escena internacional el arte abstracto “made in America”, en cuya novedad,
frescura y creatividad veían un potente símbolo del llamado “mundo libre”.
Con
la guerra fría a plenitud, la agencia financió en complicidad con banqueros,
directores de museos, empresarios de elite y críticos, exposiciones
internacionales de los más diversos y controvertidos exponentes del
expresionismo abstracto estadounidense, como Jackson Pollock, Willem de
Kooning, Mark Rothko, o Franz Kline, por ejemplo.
“Queríamos
unir a los artistas —recuerda Braden—, también a los músicos, a los literatos y
a todo su público en la batalla para mostrar que, al contrario de la Unión
Soviética, Occidente y Estados Unidos en particular, eran devotos de la
libertad de expresión y de los sucesos del intelecto sin barreras, en cuanto a
lo que se puede decir, escribir, pintar, hacer...”.
En
la frontera enemiga decían lo mismo, pero en edición rústica.
Para
que esta unificación fuera posible, la CIA creó varias fundaciones-cortina en
Nueva York en complicidad con críticos, directores de museos y millonarios que
pagaron exposiciones en Europa y América Latina.
Con
el afán de darle existencia y ganar reconocimiento en el mercado, tal apoyo
secreto debía tener, como lo tuvo, la mayor penetración y todos los debates
posibles que le fueran favorables ante el público y los mismos creadores.
Para
administrar la intrincada red de fundaciones y de iniciativas, el servicio
secreto también creó en 1950 el instrumento de difusión más grande del arte
abstracto, el Congress for Cultural Freedom (Congreso para la Libertad de la
Cultura), que abrió 35 sedes en el exterior y durante su apogeo empleó más de
300 personas.
El
Museum of Modern Art, y el Whitney Museum de Nueva York, el Chase Manhattan
Bank, de Nelson Rockefeller, diarios, revistas y medios audiovisuales tomaron
parte activa en esta gigantesca promoción de los artistas abstractos.
La
mayoría de los críticos, historiadores y sociólogos de la cultura entrevistados
en el documental de canal 4 condenaron las pesadas interferencias de la CIA
que, entre otras cosas, aparentemente ayudaron a Nueva York en la batalla
contra París por la “supremacía cultural” mundial.
Pero
Tom Braden no se arrepiente de nada:
“Estoy
contento —asegura frente a la cámara— de que la CIA haya sido inmoral, si es
que se puede llamar inmoral a la financiación secreta de lo que es esencial
para la libertad del mundo”.
Según
el documental, la CIA se sirvió del Plan Marshall para enviar dólares a
organizaciones “culturalmente amigas” en Europa, y para la promoción del arte
abstracto se apoyó también en una serie de revistas que financiaba en diversos
países: desde la británica Encounter a la francesa Preuves, pasando por
publicaciones de India y Australia.
Lo
que no dijo el entusiasta Braden (tal vez debido a la fortaleza cultural de su
formación), aunque lo sepa, es que para esos años en América Latina se tenía
como agente de la CIA a un oscuro personaje de apellido Verias (o Veidas), de
quien nunca se pudo comprobar si era uruguayo o brasileño, pero cuya estación
cubría los países donde mayor influencia, asimilación y adhesiones podrían
obtenerse.
Trabajó
en las capitales de Uruguay y Argentina, como en ciudades de Brasil, donde
debía “formar” críticos, galeristas, y coleccionistas mediante el soborno y la falsa compraventa de
obras para darle existencia al arte abstracto.
Pero
la tarea principal era “comprar” medios de comunicación que, como en el negocio
del disco, reciben “regalías”, no sólo por la difusión y defensa de esa línea
política para las artes plásticas, sino por enfrentarla (sin decirlo
expresamente) con el arte considerado “comprometido” o “socialista”.
Así,
se crearon lujosas publicaciones, en las cuales se daban a conocer también los
nuevos “críticos” de la “nueva” cultura, todos ellos pagados por el pragmatismo
financiero elaborado por la CIA mediante fideicomisos.
Dos
prestigiados galeristas con salones en el centro porteño de Buenos Aires,
también fueron señalados en esa década, sin que se haya podido probar hasta la
fecha su participación en el mercado doméstico. A menos que aparezca un Tom
Braden sudamericano tan confiable como el original.
En
un campo minado por veleidades egotistas y deserciones multicolor, la práctica fijó
precedente, y tiene vigencia.
Lo
cierto es que la línea hizo escuela en el sur.
Sabemos
que una vez establecido el gusto oficial (el sentido estético) el
comportamiento de los artistas en su mayoría trabaja por sí solo.
Esa
conformidad compulsiva hace el resto y, por extensión, abre un poderoso
segmento de impunidad y delación por el que puedan ser sacados del mercado
aquellos motejados como “militantes” por su intransigencia.
Sin
embargo, debido a la transformación de estos mercados y su globalización, el
segmento tiende a borrar sus límites por la cooptación directa o indirecta de
variados operadores, haciendo menos grosero, más sutil y engañoso el juego de
la diversidad en el “mundo libre” del que Braden se ufana como pionero.
Con
todo, sus confesiones del pasado sugieren una hermenéutica que debemos leer
como memorias del presente.
Este
trabajo forma parte del libro:
“La
realidad miente más”, de próxima publicación.
José
Antonio Cedrón nació en Buenos Aires en 1945.
Poeta y escritor.
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