POEMARIO ROCKERO DE EZEQUIEL ABALOS
EL SOUNDTRACK DE LA DÉCADA
Por Federico Lisica
Al compilar textos de sus cinco libros de poesía, Roble acaba siendo un buen balance en verso de lo ocurrido entre 2000 y 2010. “Fue una década de autogestión”, destaca el conductor de FM La Tribu.
Roble podría ser considerado uno de esos box set que revisitan la trayectoria de un artista, regalan bonus tracks, material extra y le imprimen un sentido nuevo a lo confeccionado previamente. Esta antología poética de Ezequiel Abalos recopila los textos publicados en Dioptría (2001), Sí a la inseguridad (2003), Buen viaje (2005), Puño y Letra (2008) y Rayos catódicos (2010), más inéditos y grajeas de fanzines. “Cada uno de ellos era un ‘libro objeto’ en cuanto al diseño y tamaño”, explica. El primero, de papeles vegetales, “tenía que ver con la distancia focal, con lo cercano y lejano”. Buen viaje fue una serie de postales con textos de excursiones a México y España; Puño y letra nació de poesías escritas exclusivamente a mano. Y este último, que también viene a unificar los anteriores visualmente, partió de la premisa de “hacer un libro en serio sin chirimbolos y dejarse de molestar”, se sincera entre risas el periodista e investigador musical que, por otra parte, también publicó dos libros de cuentos: Tiburones e Ida y vuelta a la Boca.
Si apretamos el botoncito imaginario del audio comentario, Abalos explicará los conceptos que guiaron sus textos: los miedos post 2001, conocer otras latitudes, escribir bajo el influjo de la TV u oyendo el disco Solitaria felicidad de Ezequiel Cutaia. Para él, reflejan “los cambios” que vivió en la última década: “Es muy raro ver a todos los libros juntos, porque (el resultado) es muy ecléctico por las temáticas y mis momentos para escribir”. Tiene razón. Puede desmenuzar en tres actos los chistes de Matías Alé, maravillar con un ciego que se mueve como una gacela en el subte, hablar de amores, de injusticias y bueyes a encontrar. En Roble es Abalos quien, en primera persona, cuenta lo que percibe en la cotidianidad: “Yo no soy abducido por la escritura, en mi caso se da una suerte de pelea entre el alma y el intelecto. Escribo, y más aún en los últimos tiempos, no desde la denuncia sino ligado a lo que veo alrededor”.
Otro de los bonus es su carnadura rock: ahí están sus tres discos de poesía acompañado por músicos que le suman capas a sus palabras: en Dioptría lo acompañó el trío Fútbol y en ES3 lo hizo Axel Krygier. “Con los chicos de Fútbol la cosa se dio por la época de Más Bambino que nunca!. Hicimos presentaciones en vivo, escuchamos discos de Pinchevsky y comimos muchos asados. Después siguieron su camino pero seguimos comiendo asado”, lanza. Más allá de una cuestión sonora, hay otros principios que guían: “El rock tiene que ver con mi vida, con mi lenguaje y con una actitud. Con la intelectualidad oficial me separa justamente el rock: ellos tienen unos circuitos y formas que hacen que no nos acepten a mí ni a otros en el combo. La música rock es lo que hace que no nos entiendan”.
Esa decisión lo llevó a enmarcarse con la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA), que va por su 16ª edición, se sumó a la UMI y, como buen fanático del registro oral, editó el libro Rock de acá, la historia del género contada por sus primeros protagonistas, además de continuar en FM La Tribu. “Creo que esta década fue muy de autogestión –analiza–. Uno va editando, aprendiendo, a veces en condiciones clandestinas. Ante eso, lo que perdió el rock lo está ganando la literatura y la poesía. Te prohíben, te clausuran, te tapan las ventanas y las puertas, y uno tiene que salir a pegar patadas para ver la luz. Eso te da más fuerza, te pone más picante a la hora de escribir.”
En Suplemento NO de Página/12, 20 de enero de 2011
Roble podría ser considerado uno de esos box set que revisitan la trayectoria de un artista, regalan bonus tracks, material extra y le imprimen un sentido nuevo a lo confeccionado previamente. Esta antología poética de Ezequiel Abalos recopila los textos publicados en Dioptría (2001), Sí a la inseguridad (2003), Buen viaje (2005), Puño y Letra (2008) y Rayos catódicos (2010), más inéditos y grajeas de fanzines. “Cada uno de ellos era un ‘libro objeto’ en cuanto al diseño y tamaño”, explica. El primero, de papeles vegetales, “tenía que ver con la distancia focal, con lo cercano y lejano”. Buen viaje fue una serie de postales con textos de excursiones a México y España; Puño y letra nació de poesías escritas exclusivamente a mano. Y este último, que también viene a unificar los anteriores visualmente, partió de la premisa de “hacer un libro en serio sin chirimbolos y dejarse de molestar”, se sincera entre risas el periodista e investigador musical que, por otra parte, también publicó dos libros de cuentos: Tiburones e Ida y vuelta a la Boca.
Si apretamos el botoncito imaginario del audio comentario, Abalos explicará los conceptos que guiaron sus textos: los miedos post 2001, conocer otras latitudes, escribir bajo el influjo de la TV u oyendo el disco Solitaria felicidad de Ezequiel Cutaia. Para él, reflejan “los cambios” que vivió en la última década: “Es muy raro ver a todos los libros juntos, porque (el resultado) es muy ecléctico por las temáticas y mis momentos para escribir”. Tiene razón. Puede desmenuzar en tres actos los chistes de Matías Alé, maravillar con un ciego que se mueve como una gacela en el subte, hablar de amores, de injusticias y bueyes a encontrar. En Roble es Abalos quien, en primera persona, cuenta lo que percibe en la cotidianidad: “Yo no soy abducido por la escritura, en mi caso se da una suerte de pelea entre el alma y el intelecto. Escribo, y más aún en los últimos tiempos, no desde la denuncia sino ligado a lo que veo alrededor”.
Otro de los bonus es su carnadura rock: ahí están sus tres discos de poesía acompañado por músicos que le suman capas a sus palabras: en Dioptría lo acompañó el trío Fútbol y en ES3 lo hizo Axel Krygier. “Con los chicos de Fútbol la cosa se dio por la época de Más Bambino que nunca!. Hicimos presentaciones en vivo, escuchamos discos de Pinchevsky y comimos muchos asados. Después siguieron su camino pero seguimos comiendo asado”, lanza. Más allá de una cuestión sonora, hay otros principios que guían: “El rock tiene que ver con mi vida, con mi lenguaje y con una actitud. Con la intelectualidad oficial me separa justamente el rock: ellos tienen unos circuitos y formas que hacen que no nos acepten a mí ni a otros en el combo. La música rock es lo que hace que no nos entiendan”.
Esa decisión lo llevó a enmarcarse con la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA), que va por su 16ª edición, se sumó a la UMI y, como buen fanático del registro oral, editó el libro Rock de acá, la historia del género contada por sus primeros protagonistas, además de continuar en FM La Tribu. “Creo que esta década fue muy de autogestión –analiza–. Uno va editando, aprendiendo, a veces en condiciones clandestinas. Ante eso, lo que perdió el rock lo está ganando la literatura y la poesía. Te prohíben, te clausuran, te tapan las ventanas y las puertas, y uno tiene que salir a pegar patadas para ver la luz. Eso te da más fuerza, te pone más picante a la hora de escribir.”
En Suplemento NO de Página/12, 20 de enero de 2011
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