EL FESTÍN DE LAS HIENAS
La escalinata que
lleva a la puerta principal del Teatro Colón estaba iluminada como si se
tratara de alguno de los tantos galardones que rifan las
corporaciones norteamericanas del show bizz. Repiten una estética decadente en
la que los notables son objetos observables como fugaces meteoros a los que
debe prestarse atención, en base a sus vestiduras, peinados, apliques, pelucas,
maquillajes y prótesis. Son algo así como seres reconstruidos
artificialmente en base a un patrón de construcción que no puede ni debe
alterarse. Por la mencionada escalinata, comparecieron los personajes
selectos de la restauración conservadora y esto es toda una opinión
de clase y una declaración de principios. Mascarones de proa, máscaras,
antifaces, yelmos, que poco podían decir, salvo saludar, algunos
dificultosamente, moviendo un poco la mano empolvada. Amor con amor
se paga, y esta premisa de lealtad se vio cumplida cuando Mirtha Legrand, que a
gatas puede con sus caderas, momificada la testa, revocada con enduido, agitó sus
anillos, del brazo de un señorón teñido que tenía cara de salir
de una colitis. El mago sin dientes con una galera al estilo de las que gastaba
Abraham Lincoln pasó, raudo, acariciando un bastón de cotillón. Susana
Giménez, cinchada como si le hubiesen hecho una aventración, mostró
los dientes de escualo, hechos con las teclas del piano de Richard
Clayderman, y meció sus cabellos, tejidos en largas sesiones de telar por
Miguelito Romano. Por allí, Darío Lopérfido, francófilo, fruncido, hablando con
la voz ahuecada como los ventrílocuos, buscaba con la mirada al
afrancesado Jorge Telerman, hombre de firmes convicciones, tan firmes que
aceptó pasarse con armas y bajeles al nuevo gobierno, durante el
interregno en que gobernó Pinedo. Chiche Gelblung, encorvado, del brazo de una
señora que había emergido de una tostadora, sonreía con dientes fuera de escala
como si se los hubiese pedido prestados a Luciana Zalazar. Imposible fue que
las cámaras apostadas sobre la pasarela y la escalinata tomaran al grupo de choque
de la restauración, brillaba por su ausencia, aunque es altamente probable que,
a esas horas, descansaran de tantos años de dura labor; hubiese sido
estimulante ver a Leuco, sin cuello, devorado por la gastritis, los ojos de
ajusticiado, o ver al Doctor Castro que, en esos momentos rutilantes de
figuración, estaría tragando una sopa de Vitina junto a su mamá, o al señor
Lanata, siempre a punto de explotar dada la cantidad de canapés que le provee
Magnetto, dirigiéndose a los paparazzi con su fuck you, o al autoayudado
Paluch, que habla de templanza pero que no puede aplicar este concepto a su
propia conducta, o la larga ristra de evangelizadores del odio: Van der Kooy,
Morales Solá (ese rostro insidioso de falso Lenin mezclado
con Litto Nebbia gorila), Santo Biassatti, especie despavorida de lobo
marino pero ganado por la siesta y el aire acondicionado, Pagni, con sus
conceptos macarrónicos intentando explicar la malicia del kirchnerismo
buscándola en la antigüedad griega, Santiaguito Kovaddloff, esa suerte de
Manolo Galván -aunque resulte ofensivo para Manolo- tan apto como presentador
de kermese de damas de caridad, tan alumno aplicado o regente de preceptores.
La lista de los infantes, de la primera línea de operadores no enmascarados
sería inmensa. Pero no se los pudo avizorar entre los figurantes. Sí, las luces
de las cámaras tomaron los flecos batidos en la cabeza nívea de Guillote
Coppola, empeñado en saludar a quien se le cruzara, inclusive al ex presidente
De la Rúa, un tanto alelado y ausente, aunque, todavía, respirando por sus
branquias de vieja tararira. Nadie podrá explicar el por qué de estas funciones
de gala, a menos que se retrotraiga al mundo extinto de los Luises, de las
grandes pelucas piojosas y perfumadas, de los lunares hechos con puntos de
terciopelo y pegados con resina en los pómulos yertos, a menos que se remonte
al mundo crepuscular de los cortesanos, al guignol que los financistas
manipulan para burlarse del pueblo.
Tremendamente verdaderoooo
ResponderEliminarOjala se difundiera mas...
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