Derrumbado el paradigma comunista y domesticado hasta su desnaturalización definitiva el ideario socialista, apareció un nuevo monstruo al que los poderes del mundo quieren acabar, condenándolo como epítome del mal: el populismo. Concepto demonizado por una equiparación, forzada y reduccionista, con la idea de masificación y sostenida en una supuesta, e irreductible, negatividad de la masa, presentada como lo amorfo, sin autorregulación, ni autonomía posible, ajena a la clara y reflexiva libertad del individuo o mejor aún, libertad del ciudadano, ese ser impoluto que conoce derechos y obligaciones y es guiado por su conciencia moral hacia la satisfacción de sus necesidades por el Mercado, dentro de un orden social de pares que, con funciones diferenciadas de acuerdo a rango, posición social y/o saber, contribuye a la armonía y al logro de un progreso incesante.
En tanto y en cuanto las expresiones, las formas y productos culturales populares, las voces, no interpelen, no afecten, la esfera de “lo político” serán tomadas (y alentadas) como parte del color local, del juego de lo diverso, globos de colores con todos los matices del entretenimiento y, en consecuencia, fáciles de conceptualizar, envasar y vender. Ese populismo de baja intensidad, ese color local soportable, ese juego con deslices desde los pliegues de lo permitido es, al fin de cuentes, la sal de la tierra para una sociedad del espectáculo mediático, el componente básico de ríos de advocaciones a la moral y las buenas costumbres, materia prima de la crítica de costumbres mas adocenada y repugnante y por otra parte (con su valor consolador y su profunda mala fe) más prolífica en los medios. Es lo que va de un Ford a una Giménez, de un Tinelli a un Rial, en los innumerables programas de crítica del espectáculo, pero también en el color local o las apelaciones coloquiales y cancheras de los escribas serios del poder. Pero ¡cuidado!, algunas de esas voces, pueden salirse del libreto, del esquema de incumbencias y permisos asignados por los dueños del juego.
En cambio el populismo, en tanto intervención y despliegue político de vastos sectores sociales, es esgrimido como espantajo en el discurso globalizado de occidente. La bête noire de la paz social, las reglas de urbanidad y el consenso social, la degradación del orden democrático por “otra cosa”, en donde, la presencia de vastos conjuntos sociales en el espacio público, las figuras de liderazgo, los emblemas de la pasión, la voz y la opinión de los impertinentes, los que “no pertenecen”, son “excrecencias malsanas”, malos ejemplos para la educación de la plebe y síntomas ineludibles de un mal que debe corregirse con orden y autoridad. Una plebe, aclaremos, a la cual solo le esta asignado un paciente proceso de estoicismo, de normalización educativa, de moldarse en ese lecho de Procusto de un orden en cuya edificación no tuvo ni voz ni voto (o bien fue engañado o tergiversado, según el devenir sociopolítico de la sociedad en cuestión). Y es bajo este concepto que se articula, desde el despliegue del proyecto político kirchnerista en nuestro país, una de las batallas más significativas de los últimos años, presentes en la construcción diaria de sentido, en la propia percepción de la realidad y, en consecuencia, en la lucha política cotidiana.
La construcción de esa negatividad sin matices, es, por supuesto, toda una operación semiótica, y política, cuyos fines son claros: la apelación a un calificativo ad hoc de disciplinamiento, advertencia y condena, inscripto en una construcción simbólica mayor: la apelación reiterada a los valores republicanos, la moral permanente (¡y aceptable!) de la patria, o el sentido común a secas. Operación a la cual se acude en vista de un realidad palpable, tanto en nuestro país como en buena parte del mundo civilizado de occidente: la falta o la estrechez del actual discurso de una derecha que, a fuerza de lidiar con una crisis económica, financiara y social inmanejable, empieza a mostrar sus verdadero diagnóstico y propósito, sin maquillaje ni anestesia: la consolidación de una sociedad en donde sobra gente y en donde sólo un rígido disciplinamiento puede garantizar la conservación de los privilegios y el avance de una idea de progreso restringido, a costa del exterminio de población y la definitiva degradación del ambiente.
Así, instalado en el discurso de los grandes medios la cantinela de la degradación del orden público, no resulta extraño que un pasquín seudo periodístico, despliegue una campaña de hostigamiento a uno de los jueces más prestigiosos del país, Raúl Zaffaroni, en nombre de una decencia y decoro que la propia práctica periodística del medio impide dilucidar y que, sobre la misma campaña, se inscriban personajes de toda laya y políticos con principios de plastilina e idoneidad de cartón. Campaña degradante que, como sabemos, provocó la reacción inmediata de sectores sociales de toda índole y el posterior sosiego del medio inculpador, ante el desenmascaramiento de la operación.“Soy Raúl, yo trabajo de juez, no soy juez.”, dijo el propio Zaffaroni ayer en una Facultad de Derecho de la UBA colmada por organizaciones sociales, colegas y estudiantes. Una persona, diríamos, ni mas ni menos. Una persona, como el propio Maradona explicó en un largo reportaje concedido a la revista Garganta Poderosa y que también incomoda: “Yo soy y seré villero toda mi vida, y estoy orgulloso de haberme desenvuelto como un villero en un mundo donde todo el día te quieren llevar por delante”. O como otro jugador popular, Carlos Tevez, declaró en la misma revista tiempo atrás: "Aunque sean más inteligentes con la cabeza, por haber estudiado en las mejores escuelas, nosotros somos mucho más fuertes en nuestro interior y somos mejores del lado humano, que es lo importante. En ningún otro lado existe tanta humanidad como en una villa".
Estas declaraciones se vuelven útiles no porque sean verdades absolutas o santificables, sino porque parten de una condición de pertinencia que las hace profundamente veraces y humanas: el apego y la reivindicación a la propia dignidad como persona, fuera de todo rango o distinción social, fuera de toda diferencia fundante de algún privilegio o autoridad. El ser y sentirse persona. Como tantos miles que, contra toda resignación, parten de esa certeza para justificar y abonar su lucha diaria por la vida. Y no es casual entonces el cariz político que toman sus opiniones como también, claro, el origen de los acosos y ataques que sufren. El mismo tipo de ataque que padecen desde la propia presidenta (la yegua) hasta quienes en el ámbito periodístico o intelectual abonan sus políticas con epítetos de todo tipo que solo confirma la catadura rufianesca y cobarde de quienes los infieren. Es este el punto que creemos necesario enlazar: la efervescencia de lo popular, la participación desprolija y pasional de vastos sectores en la vida social, tiene un hondo anclaje en nociones elementales como las de dignidad y persona que, contrariamente a lo que señala el discurso del poder, son, al mismo tiempo, basamento y objetivo de una verdadera política populista.
Carlos Aprea, Villa Elvira 12 de agosto de 2011
Querido Carlos:
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo con el "espíritu" de esta nota.En cuanto a la forma: me resulta hermosa. En cuanto al contenido: me voy a permitir emitir alguna opinión. El asunto del populismo es tan difícil de agarrar como una anguila. En el artículo se trasunta la existencia de diversos tipos de populismos que pueden coincidir en aspectos formales o de manifestación externa, pero que se diferencian sustancialmente por su contenido. A propósito, ya Gramsci había abordado el tema al que denominaba "cesarismo" y diferenciaba dos grandes grupos: "cesarismo progresivo" y "cesarismo regresivo" según el contenido de clase de los procesos políticos, económicos, sociales y culturales que encarnaran. Es lógico inducir que Gramsci se refería a Stalin y a Mussolini. Las burguesías "democráticas" de todo el mundo primero aplaudieron a Mussolini y a Hitler contra Stalin, depués de la caída de aquellos los igualaron. El juego aparece claro: la burguesía suele echar mano del populismo de derecha cuando le sirve para confrontar con el socialismo y el comunismo, mientras se pone más que nerviosa cuando aparece un populismo progresivo que pueda abrir el camino de las necesarias transformaciones de fondo, como viene sucediendo, con diversos matices, en el actual proceso político argentino y latinoamericano. El socialismo y el comunismo aún no han dicho la última palabra ya que como nos decía el Che: "el camino es largo y desconocido en parte..." La lucha de clases continúa con diversos, viejos y nuevos formatos.
Un fuerte abrazo.
Hola Rodolfo: soy Guillermo (mosquito) de La Plata. Accidentalmente caí en este blog y te encontré. Mi dirección es gkaufman@speedy.com.ar
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