La gente se está
apagando
aceptando males
equivocados.
Cada uno ve los
fantasmas que necesita
y cada uno libera
sus monstruos.
Tan jueces en la
mirada.
Tan médicos en el
abrazo.
Tan policías en
el deseo.
No alcanza el
espanto.
No alcanza el
hambre.
No alcanza la
reja.
Ningún dios en la
casa de los dioses.
En ese pasaje
fronterizo de la náusea al vómito,
donde el miedo
constitutivo de nuestra especie
reina patrón,
abdicó al método.
La retransmisión
se agiganta cegadora y perversa.
Llega siempre
nutricia.
El discurso patada.
El discurso
egoísta
sobre los cuerpos
impactados
de pequeñas
realidades escenificadas.
Cada uno será un
asesino antes que una barricada.
Con el mínimo
interés
las violencias se
ofertan
para dormir la
vida
sedada en
fármacos químicos, digitales
y de reproducción
masiva.
La enfermedad
reclama sus trozos.
Numeritos de la
economía de mercado
brotados de
miedo.
Listos para el
linchamiento
antes que para el
abrazo.
Olvidaron la
dicha,
olvidaron lo
lúdico,
olvidaron la
rebeldía.
Despojados de
toda humanidad,
erramos en ladrar
cuidando al amo.
Erramos en
reinventarnos victimarios,
bajo bandera de
la histeria colectiva.
Hace tiempo que
he perdido de vista las orillas
ocupado en el
viaje, el cuerpo y la palabra,
alejado de ese
entramado vincular
que vuelve a
existir en el rencor,
regocijado y
convertido en turba.
Ni esta, ni
ninguna de las próximas noches,
elegiré el miedo.
No celebraré con
mis vecinos
vestidos de
verdugos y gerentes.
Por el lado de la
vida maltratada,
por el lado de la
vida violentada,
por el lado más
bestia de la vida,
todavía busco un
poco de amor.
La gente se está
apagando.
Elijo ser una
barricada y no un asesino.
LA
TAREA ES TRANSFORMAR LA BASURA EN BELLEZA
Mis enemigos no leen poesía
Marisa Wagner
El tiempo de los
asesinos
arrogante se
arranca las uñas
y las escupe
sobre nosotros
como una niebla.
Su sombra canalla
es un cielo
ajeno.
La provocación
nos obliga
a ensayar la
irreverencia
de la mirada
amorosa,
y a amigarnos con
la vida
sin la marca del
espanto.
Con el alma en la
tormenta
habrá que mirar
el cielo,
las lombrices
nutrirán la tierra
y reclamaremos.
Los piedrazos
sobre
los puentes
cortados,
esos piquetes
nidos que nunca
pudieron ser
hogar,
saldrán de los
anecdotarios
para reescribir
el largo soneto
libertario inconcluso.
Y pelearemos,
aún sabiendo que
los caminos
ya no se cortarán
en protesta de nada,
sin que algunas
cabezas rueden.
De esa agua
podrida
habrá que sacar
la vida.
Hacer del tiempo
precario
un deseo fuera de
las redes.
Y de la mañana,
un claro derecho
a la subversión
como nos enseñó
Vicente.
Empuñar la
creatividad
como un tenedor
para el banquete
será pertinente y
liberador.
Y que en el desmadre,
lo que nazca sea
por fin
una geografía más
inclusiva.
Hasta entonces
será cuestión
de preguntarnos
seriamente
si toda nuestra
vida
no ha sido o está
siendo
una equivocación.
Gustavo Lupano
nació en la provincia de Neuquén hace 40 años. Los dos poemas forman parte de su
libro Las horas como bestias, 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario