miércoles, 14 de noviembre de 2018

GUSTAVO LUPANO Elijo ser barricada y no asesino





La gente se está apagando
aceptando males equivocados.
Cada uno ve los fantasmas que necesita
y cada uno libera sus monstruos.
Tan jueces en la mirada.
Tan médicos en el abrazo.
Tan policías en el deseo.
No alcanza el espanto.
No alcanza el hambre.
No alcanza la reja.
Ningún dios en la casa de los dioses.
En ese pasaje fronterizo de la náusea al vómito,
donde el miedo constitutivo de nuestra especie
reina patrón, abdicó al método.
La retransmisión se agiganta cegadora y perversa.
Llega siempre nutricia.
El discurso patada.
El discurso egoísta
sobre los cuerpos impactados
de pequeñas realidades escenificadas.
Cada uno será un asesino antes que una barricada.
Con el mínimo interés
las violencias se ofertan
para dormir la vida
sedada en fármacos químicos, digitales
y de reproducción masiva.
La enfermedad reclama sus trozos.
Numeritos de la economía de mercado
brotados de miedo.
Listos para el linchamiento
antes que para el abrazo.
Olvidaron la dicha,
olvidaron lo lúdico,
olvidaron la rebeldía.
Despojados de toda humanidad,
erramos en ladrar cuidando al amo.
Erramos en reinventarnos victimarios,
bajo bandera de la histeria colectiva.
Hace tiempo que he perdido de vista las orillas
ocupado en el viaje, el cuerpo y la palabra,
alejado de ese entramado vincular
que vuelve a existir en el rencor,
regocijado y convertido en turba.
Ni esta, ni ninguna de las próximas noches,
elegiré el miedo.
No celebraré con mis vecinos
vestidos de verdugos y gerentes.
Por el lado de la vida maltratada,
por el lado de la vida violentada,
por el lado más bestia de la vida,
todavía busco un poco de amor.
La gente se está apagando.
Elijo ser una barricada y no un asesino.


LA TAREA ES TRANSFORMAR LA BASURA EN BELLEZA

Mis enemigos no leen poesía
Marisa Wagner

El tiempo de los asesinos
arrogante se arranca las uñas
y las escupe sobre nosotros
como una niebla.
Su sombra canalla
es un cielo ajeno.
La provocación nos obliga
a ensayar la irreverencia
de la mirada amorosa,
y a amigarnos con la vida
sin la marca del espanto.
Con el alma en la tormenta
habrá que mirar el cielo,
las lombrices nutrirán la tierra
y reclamaremos.
Los piedrazos sobre
los puentes cortados,
esos piquetes nidos que nunca
pudieron ser hogar,
saldrán de los anecdotarios
para reescribir
el largo soneto libertario inconcluso.
Y pelearemos,
aún sabiendo que los caminos
ya no se cortarán en protesta de nada,
sin que algunas cabezas rueden.
De esa agua podrida
habrá que sacar la vida.
Hacer del tiempo precario
un deseo fuera de las redes.
Y de la mañana,
un claro derecho a la subversión
como nos enseñó Vicente.
Empuñar la creatividad
como un tenedor para el banquete
será pertinente y liberador.
Y que en el desmadre,
lo que nazca sea por fin
una geografía más inclusiva.
Hasta entonces será cuestión
de preguntarnos seriamente
si toda nuestra vida
no ha sido o está siendo
una equivocación.


Gustavo Lupano nació en la provincia de Neuquén hace 40 años. Los dos poemas forman parte de su libro Las horas como bestias, 2018.

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