viernes, 22 de enero de 2016

Inés Aprea, La historia se hace desde el pie


LA HISTORIA SE HACE DESDE EL PIE
(o desde los pies)


Todxs tenemos memoria porque la identidad se sustenta en una idea del pasado, una visión del presente y un proyecto de futuro. Asumir la memoria como disputa implica hacer un esfuerzo por tomar posición ante los hechos. No existe memoria sin disputa porque no existen las sociedades sin conflicto. 


La lucha de clases no es un exceso retórico sino una categoría para comprender el conflicto, haciendo visibles los intereses sociales contrapuestos. ¿Y para qué sirve la Historia? La Historia es un arma como dijo el cubano Moreno Fraginals. Un arma para disputar la memoria colectiva, para enfrentar los discursos del poder que legitiman los intereses de las clases dominantes, garantizando su hegemonía. Que hoy se imponga el mote del ñoqui y el “por algo será” para justificar los despidos, y que eso sea replicado por trabajadores/as, sean del estrato que sean (porque han logrado fragmentar nuestra clase para fragmentar también nuestra visión de las cosas) nos habla de cuán hondo caló el neoliberalismo en la cultura. El ajuste, la represión, la venta del país, los despidos, la violenta redistribución del ingreso a favor de los de arriba (ése el retroceso que estamos viviendo), todo eso está legitimado por el consenso del pueblo. Vuelve el “cada uno en lo suyo” y “sálvese quien pueda” y se estigmatiza al militante como si la militancia no fuera lo que es: dar la vida, las horas de cada quien, el propio trabajo, para organizarse y pelear por ser más libres. La libertad no es individual como impone la visión triunfante de las cosas. La libertad no es un punto de llegada, es un camino colectivo, incierto y no apto para quien no es capaz de construir con otrxs.


Se quiso ver en la construcción identitaria del kirchnerismo un “relato”, esto dicho en forma peyorativa, como algo artificioso. Todas las identidades colectivas se apoyen en un legado histórico y el kirchnerismo es una de ellas, aunque el potencial de su herencia en el futuro, como espacio político, depende menos de la unidad del peronismo que de la posibilidad histórica de poner de su lado a las y los trabajadores, que somos mucho pero muchísimo más de la mitad del país. Sos vos, soy yo, son los que viven en tu barrio y en tu ciudad, somos los que sostenemos al mundo, verdad que nunca hay que cansarse de repetir. Somos eso, ni más ni menos; pero esta verdad importa sólo si somos capaces de dejar de vernos como individuos y pisar con los propios pies las calles que caminamos, las que elegimos no caminar, la desigualdad que nos rodea y pisar el rencor y el terror que nos empujan a tener entre nosotros. El prejuicio racista brota como cloaca de los diarios. Y se replica también en boca de los dominados.


Porque el neoliberalismo también tiene su relato. Individualista, meritocrático, racista, lleno de desprecio por lo público y lo popular. Lo público es lo común; pero este nuevo “relato” impone que lo común desaparezca y que reine el interés privado. Por eso llegan al extremo insólito de prohibir el tango en la torre de Educación frente a Plaza Moreno, algo que no puede molestarle a nadie que no se haya metido “el relato” en las entrañas. 


Se impone un momento en que los sindicatos deberían preocuparse más que nunca por responder a los intereses de las y los trabajadores porque con los servicios de sus cajas no llegarán a endulzar la amargura de los que vemos peligrar nuestro laburo y todos nuestros derechos. 


Una buena campaña de los trabajadores estatales dice “mi trabajo son tus derechos”. Porque vivimos en tiempos de ofensiva revanchista, no contra un gobierno o un partido político, sino contra el avance de los derechos sociales. Los que más juntaron en estos años ahora quieren más, el negocio es exportar y endeudarnos, del estado sólo necesitan una mínima infraestructura para operar y saquear y fuerzas de seguridad bien dispuestas para reprimir la protesta social. Cosas que ya lograron desarrollar estos años. El/la trabajador/a estatal es considerado parásito, porque lo que se ataca son las políticas sociales (es decir el cumplimiento efectivo de derechos) mientras se disciplina al conjunto de los que trabajan con el terror al despido. Es cierto que las políticas sociales se pueden “administrar mejor”, gestionar mejor, pero el concepto de eficiencia del sentido común también está impregnado por la ideología dominante. Eficiencia debería ser mayor celeridad en las políticas a favor del pueblo, lo cual solamente se logra si el pueblo participa de su planeamiento y su ejecución, cosa que nuestra forma de estado no permite, salvo en pequeñas islas de autonomía que han podido desarrollar algunas organizaciones sociales que han tomado a los derechos como lo que son, programas políticos: porque los derechos se tienen si se los ejerce y quien se pone de pie para ejercer un derecho debería ser reconocido, nunca encarcelado. 


Tierra, techo, trabajo, educación, salud, respeto a la identidad, han costado y van a seguir costando sangre y sudor de los de abajo. Siempre estarán los que juzguen desde escritorios si el modo de disputarlos es correcto, adecuado, fiel al verdadero programa, acorde a los tiempos, etc., etc., etc. Lo cierto es que la memoria de esas luchas enseña muchas cosas.

Nos obliga a tomar una trinchera cuando las que se enfrentan son dos. ¿No habrá que refundar el relato, un nosotros con los pies en la tierra? Y no digo en la tierra propia, digo en esa donde el asfalto termina y nos damos cuenta cuánto nos falta para ser libres de verdad. Hacen falta mucho más que palabras y mucho más cortes de ruta para dar pelea contra lo que se impone hoy. El camino no es individual, es colectivo. El futuro es cosa seria para dejarlo en otras manos. 

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