sábado, 17 de agosto de 2013

Eduardo D’Anna, seis nuevos poemas

HOLLÍN

En la ciudad hay hollín.
Cubre las mesas al aire libre
donde se sientan los fumadores.
Cubrían también
los juguetes en el patio
donde yo jugaba
cuando era chico.
“¡Esto está lleno de hollín!”
decía mi madre.
Era como decir
esto está lleno de mundo.
El cadáver de Pedro Rojas
también estaba lleno de hollín.
El hollín hace
de la ciudad
una ciudad.



FAMA

Sí, no seré famoso.
“Seré”, por empezar.
¿Cómo voy a “seré” algo?
No puedo ser famoso en esta ciudad,
se sabe. Por algo
me quedé a vivir en ella.
No somos famosos, aquí.
Estamos demasiado ocupados
votando a los partidos equivocados.
Eso pasa porque no tenemos un idioma.
No tenemos cómo hablar entre nosotros.
Uno dice una cosa, otro dice otra cosa;
las cosas se entrecruzan, como bengalas sin rumbo.
Este poema, por ejemplo, se va
se va a hundir en un árbol seco,
todavía de pie entre la crueldad de los vecinos,
en Nuevo Alberdi.



SALVADOR

Cosas hermosas e inútiles,
idiomas inventados en la infancia,
mapas históricos, planes
para reconquistar chicas
descolgándose de altos edificios.
Chicas que, lamentablemente,
no estaban prisioneras.
Estaban de lo más bien,
y no querían que yo las salvara.



RIVAL

Mi amiga lee ‘La línea de sombra’,
de Joseph Conrad. No es
lectura para mujeres, ésa.
Me gustaría escribirle algo,
algo que a ella le gustara leer.
Pero hasta ese punto la cosa es difícil.
Siempre hay un libro que se interpone
entre nuestro posible futuro lector
y lo que estamos escribiendo.
Un libro más grande, más deportivo,
con auto incluso.



JAPONÉS

Mi amiga ahora lee un japonés
que habla de correr:
correr, dice el japonés,
es maravilloso.
“Es un pelotudo”, dice mi amiga,
Yo le contesto que es sólo otro objeto
inútil, en una sociedad
que los produce y los vende por toneladas.
“Y además”, le digo, si es eso
lo que te parece, por qué
lo seguís leyendo.”
“Me lo regalaron”, me contesta.
“Y lo sigo leyendo porque
no puedo creer que sea
tan hijo de puta”.
“No podés creer ni en eso,
ni en Dios, ni en nada,
ni en cambiar nada, por eso
no tenés más remedio
que leerlo”.



AMANTE

El novio de mi amiga está sentado
en el bar, en la mesa de al lado
de la mía (esto es Rosario).
¿Sabrá que yo me acuesto
con su novia?
Escuchándolo hablar
respecto de quién va a votar,
me doy cuenta que no.
¡Ya le han puesto los cuernos muchas veces,
y él nunca se ha dado cuenta!

Ahora habla de sus salidas nocturnas.
Me doy cuenta de que no sabe
ni valora lo que tiene.
No tiene idea de lo que es mi amante,
de lo que puede dar (y recibir).
Me da un poco de lástima por ella.
Lo aguanta porque le tiene miedo a la inercia.
Porque tiene que amarrar la canoa a alguna parte.
(Creo que piensa).

¿Qué pasaría si este tipo se enterara
de que aquél con que ella lo traiciona
está sentado a un metro suyo?
Nada, seguramente, desde el punto de vista
de la posesión: una cosa
puede cambiarse por otra.
Ahora: que te la roben,
que te la usen sin tu permiso,
no. Sí, se enojaría.
No le da para más, pero se enojaría.

Probablemente saldría del bar
a golpear una cacerola
en la vereda: “¡Que se vaya
el amante! ¡Que se vaya el amante!”



Poemas inéditos de Eduardo D’Anna (Rosario, 1948).

Poeta, escritor.

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