HOLLÍN
En
la ciudad hay hollín.
Cubre
las mesas al aire libre
donde
se sientan los fumadores.
Cubrían
también
los
juguetes en el patio
donde
yo jugaba
cuando
era chico.
“¡Esto
está lleno de hollín!”
decía
mi madre.
Era
como decir
esto
está lleno de mundo.
El
cadáver de Pedro Rojas
también
estaba lleno de hollín.
El
hollín hace
de
la ciudad
una
ciudad.
FAMA
Sí,
no seré famoso.
“Seré”,
por empezar.
¿Cómo
voy a “seré” algo?
No
puedo ser famoso en esta ciudad,
se
sabe. Por algo
me
quedé a vivir en ella.
No
somos famosos, aquí.
Estamos
demasiado ocupados
votando
a los partidos equivocados.
Eso
pasa porque no tenemos un idioma.
No
tenemos cómo hablar entre nosotros.
Uno
dice una cosa, otro dice otra cosa;
las
cosas se entrecruzan, como bengalas sin rumbo.
Este
poema, por ejemplo, se va
se
va a hundir en un árbol seco,
todavía
de pie entre la crueldad de los vecinos,
en
Nuevo Alberdi.
SALVADOR
Cosas
hermosas e inútiles,
idiomas
inventados en la infancia,
mapas
históricos, planes
para
reconquistar chicas
descolgándose
de altos edificios.
Chicas
que, lamentablemente,
no
estaban prisioneras.
Estaban
de lo más bien,
y
no querían que yo las salvara.
RIVAL
Mi
amiga lee ‘La línea de sombra’,
de
Joseph Conrad. No es
lectura
para mujeres, ésa.
Me
gustaría escribirle algo,
algo
que a ella le gustara leer.
Pero
hasta ese punto la cosa es difícil.
Siempre
hay un libro que se interpone
entre
nuestro posible futuro lector
y
lo que estamos escribiendo.
Un
libro más grande, más deportivo,
con
auto incluso.
JAPONÉS
Mi
amiga ahora lee un japonés
que
habla de correr:
correr,
dice el japonés,
es
maravilloso.
“Es
un pelotudo”, dice mi amiga,
Yo
le contesto que es sólo otro objeto
inútil,
en una sociedad
que
los produce y los vende por toneladas.
“Y
además”, le digo, si es eso
lo
que te parece, por qué
lo
seguís leyendo.”
“Me
lo regalaron”, me contesta.
“Y
lo sigo leyendo porque
no
puedo creer que sea
tan
hijo de puta”.
“No
podés creer ni en eso,
ni
en Dios, ni en nada,
ni
en cambiar nada, por eso
no
tenés más remedio
que
leerlo”.
AMANTE
El
novio de mi amiga está sentado
en
el bar, en la mesa de al lado
de
la mía (esto es Rosario).
¿Sabrá
que yo me acuesto
con
su novia?
Escuchándolo
hablar
respecto
de quién va a votar,
me
doy cuenta que no.
¡Ya
le han puesto los cuernos muchas veces,
y
él nunca se ha dado cuenta!
Ahora
habla de sus salidas nocturnas.
Me
doy cuenta de que no sabe
ni
valora lo que tiene.
No
tiene idea de lo que es mi amante,
de
lo que puede dar (y recibir).
Me
da un poco de lástima por ella.
Lo
aguanta porque le tiene miedo a la inercia.
Porque
tiene que amarrar la canoa a alguna parte.
(Creo
que piensa).
¿Qué
pasaría si este tipo se enterara
de
que aquél con que ella lo traiciona
está
sentado a un metro suyo?
Nada,
seguramente, desde el punto de vista
de
la posesión: una cosa
puede
cambiarse por otra.
Ahora:
que te la roben,
que
te la usen sin tu permiso,
no.
Sí, se enojaría.
No
le da para más, pero se enojaría.
Probablemente
saldría del bar
a
golpear una cacerola
en
la vereda: “¡Que se vaya
el
amante! ¡Que se vaya el amante!”
Poemas
inéditos de Eduardo D’Anna (Rosario, 1948).
Poeta,
escritor.
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