Mecálogo del argentino sano en tiempos enfermos
Por Juan Sasturain
Sólo alentado en mi osadía por la tácita y estimulante inclinación de cabeza de los padres tutelares Ferla, Marechal y Jauretche, me animo a proponer este desmañado Mecálogo para uso y no abuso de los tantos argentinos bienintencionados que, en estos saludables tiempos de revuelta y discusión acalorada, experimentamos la necesidad de encontrar una pauta de orientación para encaminar certeramente nuestra furia justiciera tantas veces distraída en equívocos objetivos. Ahí va –sin otro orden ni concierto que la pura gana– una primera lista de cagadores a los que cabe prodigarles algo de su propia, oscura y perversa medicina.
1. Ante la evidencia de que el país en su totalidad es y está muchísimo mejor que lo que haría suponer la información elegida / manipulada por los medios hegemónicos que dicen reflejar su realidad, y que la Argentina es / está algo peor que lo que los medios dócilmente alineados al Gobierno suponen que deben mostrar.
Caguémonos en los agoreros mediáticos del desastre, sobre todo en sus patrones que siempre caen parados, y además en los oportunistas que serán los primeros en bajarse cuando el negocio ya no les cierre.
2. Ante la evidencia de que la política económica actual –incluso con sus vacilaciones– que propone y ejerce la soberanía de las decisiones, el no endeudamiento externo condicionante, la independencia de los organismos internacionales con sus recetas de ajuste, la renacionalización de sectores clave de la economía y la protección prioritaria de los sectores más vulnerables de la población, pese a sus logros –que incluyen los beneficios de sus adversarios ideológicos– es absolutamente descalificada por la mayoría de los supuestos profesionales idóneos cómplices y/o ideólogos de inolvidables catástrofes.
Caguémonos en los economistas dolarizados con su machucado catecismo libreempresario, sólo atentos a la sagrada rentabilidad de los pocos y la libertad de robar y evadir para los menos.
3. Ante la evidencia, la vergüenza y la obscenidad universal de que la comunidad –léase mafia– financiera internacional ha sido el principal responsable de la (pen)última crisis de la economía desarrollada, y que aunque los especuladores ladrones dueños de poderes y gobiernos por supuesto no han pagado ni pagarán, siguen, sin embargo, usando la guita, nuestra guita, la guita del mundo como equívoco rehén que condiciona la estabilidad de gobiernos y el porvenir de los países.
Caguémonos en los banqueros ladrones y su impunidad urbi et orbi mientras esperamos la ley de entidades financieras que proteja el ahorro nacional y controle la verdadera evasión de la guita.
4. Ante la evidencia de que la continuidad y los buenos resultados de una gestión de gobierno suelen producir la irrupción de bandadas, enjambres, mangas de oportunistas de penúltimo momento, portadores de camiseta nueva, que se suelen caracterizar por ser más papistas que el Papa, mucho más sectarios que los padres fundadores y muchísimo menos consecuentes en su honestidad y convicciones. Llegan para medrar: poder, influencias, favores y guita.
Caguémonos en los alcahuetes y aduladores que suelen ponerse delante de todos para que los vean parecer (sin ser) y aprendamos a reconocerlos por sus hechos –pasados, presentes– y no por sus dichos de ocasión.
5. Ante la evidencia de que la inflación no es un cáncer –como predican los apocalípticos monetaristas– pero sí una peste que puede y debe ser controlada con buenas campañas de información y medidas de sanitaria eficacia, cabe reconocer a dos tipos perturbadores a la hora de controlar esta enfermedad febril para que no se salga de madre. Unos son los hipócritas bacilos que generan la enfermedad mientras se quejan de la irresponsabilidad médica; otros son los terapeutas soberbios que ocultan información al paciente como si eso le atenuara los síntomas.
Caguémonos con ganas en los remarcadores compulsivos y alevosos especuladores que se quejan de una inflación que sólo engendra su codicia –no son ni productores ni consumidores últimos–, y también en los funcionarios que subestiman a la gente que dicen proteger; sólo parecen querer protegerse a sí mismos.
6. Ante la evidencia de la proliferación inusitada de gente penosa, increíblemente mediocre, acaso estúpida, deshonesta de palabra y obra, y cultora del morbo y la maledicencia, en amplios espacios de la masiva televisión de aire, y la supuesta justificación de su presencia por cierto mal gusto generalizado del que la mayoría de los que encendemos la tele participaríamos, sólo cabe la opinión en contrario, la resignación crítica. Sin embargo, queda la posibilidad –sin tocar un ápice la libertad de expresión y de encendido– de proponer una consigna sanitariamente efectiva.
Caguémonos en los basureros mediáticos.
7. Ante la evidencia de que el ejercicio consciente, eficaz y patriótico del gobierno –sobre todo cuando no conlleva, muchas veces, un equivalente acceso a los poderes fácticos sino que, por el contrario, los enfrenta– es una tarea dura y muchas veces tergiversada, objeto de calumnia y soterrada o manifiesta intención destituyente, cabe reconocer que no siempre es posible –a quienes gobiernan– mantener la necesaria prudencia y ecuanimidad ante las críticas a aspectos de su gestión. Por eso, hay dos cosas que el mejor gobierno y el mejor gobernante (para serlo) no deben olvidar: la costumbre de escuchar lo que no les gusta y la aceptación del disenso sin descalificación. Por eso, porque necesitamos ensanchar la base de consenso progresista en muchos aspectos que aún falta consolidar en el programa de transformación y el modelo de país que queremos, sepan quienes gobiernan abrir espacios a todos los que, si bien pueden ser adversarios, no son el enemigo. Al cerrárselos, en su imaginario (y en el del adversario) pasarán a serlo.
Caguémonos en la sordera de los gobernantes que descalifican sin atender razones, o que descalifican antes, para no escuchar.
8. Ante la evidencia de que, aunque parezca increíble, el odio y el rencor ciego disfrazado bajo la apariencia de diferencias políticas –que son diferencias de intereses profundos– no se ha atenuado en este país atravesado por conflictos que lo han marcado a fuego, sólo cabe señalar sin pudor ni piedad a los conscientes responsables mediáticos del clima enrarecido que enturbia, con acusaciones personales y perversas críticas, la investidura de quien el pueblo argentino ha elegido –con justicia y por absoluta mayoría– para gobernarlo. Y que lo hace con una firmeza, idoneidad y jerarquía intelectual como muy pocos antes.
Caguémonos sin pudor en los poderes concentrados, históricos profetas del odio, cultores del insulto y la mentira, que no pueden soportar la consecuencia de quien los combate.
9. Ante la evidencia de una sociedad atravesada por las desigualdades y la marginalidad estructural generada por políticas económicas que privilegiaron la exclusión como variable, pero acostumbrada –al parecer– a atender sólo a algunas de sus consecuencias aparentes y no a ocuparse de remediar los males sino a reprimir algunos equívocos síntomas, sólo cabe refirmar –sin soslayar los problemas reales– que la violencia básica no es la que se ejerce sobre la ocasional propiedad de algunos sino sobre las posibilidades de todos de elegir su vida.
Caguémonos una vez más y por si acaso en los nuevos / viejos adalides de la mano dura y el discurso devoto de Nuestra Señora de la Seguridad, Patrona de la Divina Represión tan inconfesamente añorada.
10. Ante la evidencia o –mejor– la creencia generalizada de que la corrupción, la coima, la mentira, el robo liso y llano, y el doble discurso campean como hábitos arraigados en instituciones públicas y privadas, grandes y medianas empresas y otras formas que asume el habitual intercambio social, cabe señalar que nos da asco tanto la corrupción como la suspicacia, enfermedad nacional que nos carcome tanto como aquella.
Caguémonos, finalmente, en corruptos de palabra y obra, y además en suspicaces de alma corrompida. Ninguno es peor que el otro.
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