Con qué santo derecho
condenar a la víctima
del arrancado corazón,
desnuda desde sus muertos,
alzada en alma sobre sus muertos
en el violento no ser
ni estar en este mundo,
desgracia dada
desde un terror bendecido con lujuria
por señores de la guerra y de la ley.
Atropellado corazón, imán
de vida nueva, curtido
parche, golpeando desde entonces
todos los silencios,
todas las miserias,
del derecho torcido
y realmente existente,
con clara, violenta, purísima
imprecación,
con dolor concebida,
con mácula siniestra
terrestre y argentina.
Con qué divina
inmarcesible ley
ordenan a las víctimas
(en ancas siempre
sobre la yegua indómita
de la ausencia infinita)
abdicación y retirada,
inclemencia para su propio dolor,
si solo ofrecen
el júbilo oral y pestilente
de su propio lenguaje miserable,
la reiterada cantinela
de imbéciles de feria,
el gozo anal de acumular
banquetes de excrementos,
silencios y fortunas,
en el camastro del olvido.
Carlos Aprea
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