lunes, 23 de febrero de 2015

Alejandro C. Tarruella, Vida, luchas y pensamiento de Cacho El Kadri

 CAPÍTULO IV

EL FRIGORÍFICO LISANDRO DE LA TORRE
Y LA ARMADA BRANCALEONE


No me olvides, / no me olvides. /
Es la flor del que se fue. /
Nomeolvides, nomeolvides. / Nomeolvides. /
Volveremos otra vez.
Arturo Jauretche

     UN POLICÍA PERONISTA

     Frondizi cerró el frigorífico Lisandro de La Torre para privatizarlo, y en enero de 1959 fue tomado por los trabajadores.
     Cacho viviría allí uno de los momentos más importantes de su vida. Su JP, con diferencias, ya era respetada por la Resistencia. No había necesidad de mostrar líderes, con Perón bastaba, y la JP sostenía las banderas. Cacho se unió a Cooke, a Sebastián Borro y a Saúl Ubaldini, que trabajaba en el frigorífico. Cooke intentó la huelga insurreccional, para que Frondizi anulara el cierre, y discutía con el Consejo Coordinador peronista, hundido en una negociación vergonzante. En 1958, Perón había delegado la conducción política y táctica del Movimiento en el Consejo Coordinador y Supervisor del Peronismo, cuyo responsable máximo fue el ingeniero Alberto Iturbe, quien, alejado de la línea combativa que representaba la Resistencia, sería cuestionado por su acercamiento al gobierno de Frondizi, por intentar ablandarlo negociando cuotas de participación política.
“El Consejo Coordinador no sabe lo que pasó, porque hasta para hacer manifiestos hay que salir de debajo de la cama”, dijo Perón con la voz castigada por las controversias.
Sebastián Borro fue a Olivos, habló con Frondizi y se negó a negociar la privatización. Cacho, Rulli, Rearte, Tito Bevilacqua y Vallese no perdían el tiempo y se hacían fuertes en Mataderos. En ese momento, Cacho escribía en el periódico Trinchera, de Tulli Ferrari, que repartían a cara de perro en la calle Corrientes con los hermanos Bevilacqua, Susana Valle y Osvaldo Agosto. Con el Plan CONINTES, Frondizi, apremiado por los militares y el general Carlos Toranzo Montero, puso la policía bajo jurisdicción militar. Mientras el frigorífico Lisandro de la Torre estuvo cerrado, la policía baleó y detuvo a Gustavo Rearte.El Kadri le diría a Roberto Baschetti: “Sebastián Borro y sus compañeros habían tomado el frigorífico y se habían atrincherado adentro.
     Después vinieron tropas del Ejército, de Gendarmería, tanques y todo eso, que rompieron las barreras, entraron y apalearon a todo el mundo y los metieron a todos presos… En esas pequeñas escaramuzas que hacíamos rompíamos todos los faroles de Mataderos, para que quedara el barrio a oscuras y poder movernos mejor”.
En ese escenario se produjo un hecho que El Kadri revelaría a Mona Moncalvillo cuando Borro y su gente permanecían atrincherados en el frigorífico: “El grupo nuestro desarmó a un policía. El policía vino como veinte cuadras corriendo atrás nuestro, gritando que le devolviéramos la pistola, que si no se la iban a hacer pagar. Y al final los muchachos se apiadaron y se la devolvieron. Hoy parece una cosa insólita, pero nosotros decíamos ‘bueno, es un trabajador… la policía es peronista… son como nosotros’.
     Es decir, había un profundo respeto por la vida y por la integridad física de los demás. No nos visualizábamos desde la perspectiva que, lamentablemente, después se dio: la ‘eliminación’… Porque se comienza eliminando a los enemigos y después se termina… ajusticiando a los propios compañeros que disienten con una línea o que, supuestamente, son traidores o pueden delatar algo o poner en peligro algo…”.
     El Kadri establecía un límite ético, que Camus hubiera resaltado: “La integridad no está sujeta a reglas”.
Fracasada la experiencia del Lisandro de la Torre, el grupo de Corrientes y Esmeralda trabajaba sobre la pizarra del diario La Prensa, en Avenida de Mayo. Nuevos jóvenes, como Carlos Aznares, con 15 años en 1960, se ajustaban una flor de nomeolvides a la ropa e iban a promover la discusión. Dice Aznares: “Lo conocí a Cacho en 1960, yo vivía en Palermo, cerca de Las Cañitas, y mi familia era peronista. Iba por la tarde a la pizarra de La Prensa. Ahí estaban Cacho El Kadri, el Petiso Spina, Rodolfo Bay, Ofo, Dulce de Leche Ibarra (de la JPR del Pájaro Villalón) y Tito Bevilacqua. Un día, Cacho me llevó a la unidad básica clandestina de Mataderos y conocí a Sebastián Borro. Era entrador y hablaba fácil”. Osvaldo Agosto, cuya hermana, Inés, estudiaba asistencia social con Sara, hermana de Cacho, contó que en esos días “Cacho tenía un local en Primera Junta con ex liceístas, adonde fuimos una vez de noche a buscar armas y había solo un revólver 38 herrumbrado, que no funcionaba”. La fe superaba a la realidad; por entonces, El Kadri resultaba ya amistoso para los peronistas y peligroso para los servicios de inteligencia.


     1960: DE FLORIDA A LA GUARDIA DE EZEIZA


     Otro histórico peronista, Miguel Sanjaume, conoció a El Kadri a principios de los sesenta en la Juventud Peronista. Dice: “Cacho iba a casa del Gordo y trataban la unidad de la JP. Le preocupaban la vuelta de Perón, organizar a la JP, la ideología del Comando de Organización y Brito Lima, las diferencias con ANDE (Agrupación Nacional de Estudiantes), que estaba en Derecho y en Filosofía, con Esteban Tancoff y Hugo Chumbita, que lo enfrentaban. Íbamos con Cacho a La Paz, La Comedia o La Academia. Yo tenía un kiosco de diarios en Corrientes y Paraná; vendía libros de Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, traídos de Montevideo. Cacho compraba siempre, era un gran lector”. El Kadri se movía en todo el peronismo; negociaba con Vandor o debatía con Cooke, decidido a encarar la lucha armada, hacia donde se deslizaban los jóvenes en tanto el régimen alucinaba la represión. Destacaba que a la Resistencia la hacían “esos sujetos históricos de carne y hueso, esa clase obrera que muchos mentaban como la protagonista del proceso revolucionario, pero solamente en los papeles. Esos descamisados hacían huelgas aunque estaban prohibidas, y hasta las ganaban, robaban gelinita en las canteras, fabricaban ‘miguelitos’ y ‘caños’ en fábricas y talleres, con la participación de todos en una suerte de Fuenteovejuna proletaria, reconquistaban los sindicatos intervenidos y los ponían a disposición de la lucha por el retorno de Perón, tomaban el barrio de Mataderos para defender el Frigorífico Nacional, se alzaban en los montes tucumanos con la guerrilla del Uturunco, y en Mendoza con el Ejército Guerrillero Andino (1959)… Un solo dato ratifica esta composición de clase de la Resistencia peronista: en 1962, sobre casi tres mil detenidos por el Plan CONINTES, había solo una docena de estudiantes universitarios”.
     En aquel controvertido 1960, Gustavo Rearte, El Kadri, Rulli, Vallese, un joven apodado el Petitero y Tito Bevilacqua harían una de las primeras acciones armadas de la Resistencia. Con el nombre de un presunto Ejército Peronista de Liberación Nacional (EPLN), atacaron la guardia de la Aeronáutica de Ciudad Evita en los monoblocks del peronismo.
     —Somos guerrilleros del Ejército Peronista de Liberación Nacional. Somos peronistas y luchamos por el retorno del general Perón —se anunciaron y los dos colimbas enmudecieron de miedo al verlos con brazaletes y leer las siglas: EPLN, que confeccionó Beatriz Bechy Fortunato, luego esposa de Rulli.
Al mando de Gustavo Rearte, redujeron a la guardia, tomaron dos subametralladoras PAM, uniformes y municiones. El Kadri intentó amarrar a un soldado, le pidió que se desate, el joven lo hizo y tuvo que atarlo otra vez. Cacho recordaría la huida desordenada. “¡A los camiones!”, gritó para dar idea de organización. Atemorizados, subieron a un colectivo de la línea 406, olvidando que habían acordado no usar esa vía para huir; era una escena del neorrealismo italiano. Atacaron ese objetivo porque lo consideraron un punto frágil. El hecho sacudió a los medios de comunicación de la época y los jóvenes se envalentonaron. Pronto intentarían otra acción militar, de carácter político, con militares caídos en desgracia en 1955.


     PARA IÑÍGUEZ, ROSARIO ES PELIGROSO


     El operativo de levantamiento militar de Rosario, otro capítulo en las acciones con las que alucinaban un pronto retorno de Perón, fue un fiasco. Los jóvenes esperaban lanzar la insurrección con dos hechos. El primero, en Rosario, que precedería a las acciones en Buenos Aires, ocurrió al alba del 29 de noviembre de 1960, cuando el general Iñíguez se lanzó a la toma de un cuartel en aquella ciudad, con la esperanza de inducir una rebelión popular. La improvisación los arrastró a un resultado penoso. Esas acciones formaban parte de un itinerario atolondrado de hechos que muchas veces se lanzaban a tontas y a locas. El Comando Nacional Peronista de Marcos creó poco antes un plan denominado “Chipre” —por el general griego Giorgio Grivas, quien luchó contra los turcos en la recuperación de esa isla— destinado a desarrollar conflictos en Buenos Aires, Córdoba y Rosario, y dejar una zona “liberada”, Jujuy, donde eventualmente recalaría el general Perón para iniciar la insurrección. Iñíguez en Rosario, y El Kadri, Rearte y los jóvenes peronistas en Buenos Aires fueron parte de ese desaguisado.
     En la acción caería el sindicalista Amado Olmos. En Buenos Aires, Cacho y los muchachos recorrían la ciudad en un micro escolar que recogería compañeros una vez que Iñíguez tomara el Regimiento N° 11 de Infantería de Rosario.
“A los ponchazos”, la JP organizaba comandos para custodiar embajadas e impedir la huida de funcionarios de Frondizi. Jorge Di Pascuale recordaría que la estrategia fue esperar a los militares en la calle; la vigilia se hizo en el Sindicato del Aceite. El ataque de Iñíguez fue resistido por militares que, al amanecer, combatían en calzoncillos.
Muchos rebeldes se rindieron y otros huyeron al primer balazo. Iñíguez se replegó como pudo y escapó “… escondido en la caja de un camión de verduras”. En la aventura, pasado de copas, murió el coronel Barredo.

 
     LA CÁRCEL, ESCUELA DE ADVERSIDAD


     El 29 de noviembre de 1960, la policía llegó a la casa de la familia El Kadri en la calle Pedernera, en Flores, y apresó a Cacho por el Plan CONINTES. Sería condenado a cinco años de prisión por tenencia de armas y explosivos. Con los vecinos en la calle y Ester llorando, los policías se lo llevaron. En Coordinación Federal se enteró de que lo habían delatado por su seudónimo de militancia, Zeke, que llevó a que la policía lo confundiera con Saúl Hecker, militante del grupo Praxis que pasó a la resistencia. Cacho fue torturado durante una semana y se negó a declarar ante el Consejo de Guerra, en Palermo, amparándose en la inconstitucionalidad del tribunal.
     —Yo soy cadete del Liceo Militar y me parece una vergüenza, un deshonor que los militares sean torturadores. Yo no lo podía creer cuando leía que ustedes eran torturadores, pero ahora me doy cuenta de que es verdad —gritaba.
     —Te vamos a fusilar, hijo de puta— lo amenazaron.
     El Kadri estuvo preso en Caseros, Neuquén y Santa Rosa, La Pampa. “Viví la cárcel como una gran escuela, compartiendo, con otros compañeros, charlas reveladoras de viejos militantes, y de esa experiencia política aprendí, no se aprende en las universidades”, recordaría. Su carrera de abogado quedó trunca por la prohibición de estudiar que regía entonces.
     De los presos, cinco eran universitarios, la mayoría eran trabajadores con pasado político sindical. En prisión, durante el gobierno de Guido, Cacho denunció los sufrimientos de Jorge Rulli, que perdió un riñón por la tortura, y el coma que padeció Carlos Caride. Fernando Torres, abogado de la UOM, presentó ante la justicia 2.500 hábeas corpus por los detenidos del CONINTES revelando las torturas.
Ester El Kadri contó que “las amigas de mis hijas iban a visitar al hermano a la cárcel. Él estaba en Caseros. Ya la de Las Heras se iba a derrumbar, que ahí había estado Rulli. Y bueno, Envar estuvo preso con Armando Cabo, por supuesto que con Rearte, Caride también estuvo… También estaba Jorge Di Pascuale, que ahí lo conocí tan profundamente, una persona tan regia que era de espíritu y de alma. Lo mismo que don Armando, la señora se quedaba acá con nosotros en casa, paraba con nosotros, excelente persona Doña Blanca”. Cacho tuvo vínculos femeninos en La Pampa; los muchachos eran pura pasión política y no pensaban en formar un hogar.
     En prisión, El Kadri recibiría una noticia que lo conmovería y lo llevaría a la acción. En la segunda semana de junio de 1961, Gustavo Rearte fue encomendado por él y por Rulli para viajar a Montevideo a entrevistar a un grupo de jóvenes encabezados por Raúl Sendic, Pepe Mujica, el Ñato Huidobro y otros, que estaban iniciando el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Al regresar Rearte de Montevideo, el 15 de junio de 1961, Frondizi, por Decreto 4788, ordenó su detención para ponerlo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional por el CONINTES. Ese mismo día, en la esquina de Rodríguez Peña y Sarmiento, fue baleado por la espalda por efectivos de Coordinación Federal, que lo dejaron en el piso desangrándose. La intervención de los transeúntes permitió que se lo trasladara al Hospital Rawson, en donde el padre Sánchez, luego de darle en tres oportunidades la extremaunción, defendió su vida ante los policías. Héctor Spina y Margarita F. de Contursi, por la Comisión de Familiares de Detenidos (COFADE), impidieron luego su traslado, destinado a acabar con su vida. Sánchez se responsabilizó luego del traslado, y así se le salvó la vida. En la cárcel, El Kadri impulsó la denuncia del hecho junto con otros acontecimientos semejantes. El proceder que adoptaría la represión de los 70, representado en la impunidad policial para matar a activistas políticos, se gestaba, de esta manera, en la sucesión de gobiernos que habían nacido de golpes de Estado y también de gobiernos que tenían una relativa legitimidad.
     Cacho supo por su familia que, a la caída de Rearte, se había hecho un intento de rescatarlo del Hospital Rawson. Su hermano Pocho reunió a varios muchachos y fueron personalmente al nosocomio, donde conocían a algunos médicos. “Muchachos, si se lo llevan en el estado en que está, con cinco balazos en el cuerpo, Gustavo se muere. Necesita atención médica permanente, no puede salir con vida de aquí”, les dijo un amigo en el hospital. Presos en la Penitenciaría Nacional de Las Heras, Rulli y el Petiso Spina estudiaban cómo rescatarlo. En esos días los trasladaron a la unidad del Primer Cuerpo de Ejército, en Palermo. José Luis Nell, amigo de Cacho, se juntó con otros compañeros y, un día de lluvia, el grupo se preparó para rescatarlos. 
     Según la información con que contaban, serían llevados hasta allí con custodia. A tiempo se enteraron de que ellos no iban en el vehículo y aplazaron la operación. Cuando le contaron esa historia a Cacho, exclamó ante sus compañeros de presidio: “¡Muchachos, ya parecemos Iñíguez!”.
     En Caseros, Cacho supo del secuestro y desaparición de Felipe Vallese, ocurrido el 23 de agosto de 1962, y quedó consternado. Cada semana recibía una selección de los artículos del diario La Prensa, que le llevaba Ester. Lo conmovió leer una nota sobre una maestra que llevó a sus alumnos a la sede de ese diario, en Avenida de Mayo al 500, y le escribió una carta. Su respuesta lo sorprendió. Ella se llamaba Mirta y Cacho decidió enviarle un poema en lunfardo.
     En prisión, el amor tenía un vuelo semejante al de la pasión política en el corazón de los hombres. Le escribió: “En este chamuyo reo / con respeto le diré / el amor de un hombre niño / por una niña mujer. / En entreveros y aprietos, / el primero siempre fui / y la yuta me dio la naca / por seguir un ideal, / no dejé de ser un taura / ni en la parada aflojé. / Entre scruchantes y logis / entre malandras y ortivas / enfriaba yo los días. / Minga de alegría o de pasión. / Ninguna feba / encendía mi metejón. / En la mula vi una foto. / Entre canguelas y angelitos / entre pastencas y pamelas / encontré ahí tus ojitos / que al zurdo encanaron / sin pogru ni escrusho. / Batacazo tu rayito de sol / hermoso como una flor, / que en sus letras mostraba / la dulzura del Amor… / Ahí nomás, el bobo se descarriló”. Al salir de prisión, el amor no prosperó, pero la política resguardó esa emoción.
     El Kadri escribía un “Cuaderno de Miguelito” y sugería a los detenidos compartir todo. Propuso el lunfardo y contar contiendas con la policía para ganar prestigio. “Cacho quería —contó Horacio Ríos— que sus compañeros no sufrieran la mitología carcelaria. Era una respuesta artística política desde lo cotidiano para unir a compañeros (…) Él vivió preso la caída de Frondizi, la asunción de José María Guido, el conflicto de azules y colorados y la muerte de Felipe. Perón lo acompañó en su lucha. Ester le escribió y él respondió en mayo de 1963. El presidente Guido dictó una amnistía, pero Cacho salió de prisión a la muerte de su hermano Omar, con 22 años”.
     En ese punto de su camino, la Resistencia peronista tal como la conoció El Kadri, espontánea, desgarbada e incansable, había terminado. Las alianzas y rupturas, atravesadas por el fracaso común de los que detentaban el poder en el Movimiento y del peronismo de la adversidad, hicieron de la época un desierto en el que había que superar el viento y la arena. El Ejército retrocedía históricamente, pero golpeando, el radicalismo —fuera con Frondizi o con Balbín— solo tenía fe en ganar posiciones en el entrevero de intereses, pero carecía de estrategas. Yrigoyen había muerto hacía décadas y parecían olvidarlo. El sindicalismo que tenía sus bases en la UOM jugaba a golpear, negociar, barajar y dar de nuevo. Los espacios urbanos tenían entonces otro rostro: “Las ciudades destruyen las costumbres”, según decía José Alfredo Jiménez. En el país ocurrían a veces cosas increíbles, como que el flanco liberal del Ejército hubiera apañado el surgimiento de una guerrilla paraguaya, hecho que sucedió en esos años.


     EL LEGADO
  
     "Envar Cacho El Kadri merecía que alguien hiciera un trabajo sobre su vida de luchas, sus padeceres y su pensamiento. Lo he intentado, y serán los lectores quienes sinteticen una opinión válida... El Kadri fue un hombre sencillo y humilde, algo que lo distingue de tanta dirigencia exultante, hija, frecuentemente, de un facilismo institucional que le da lugar a pesar de su reducido peso en la sociedad. Jamás usó su pensamiento para imponerse. Su presencia dejaba una impronta tanto en los que compartían su proyecto político como en dictadores y falsos jefazos", señala el peridista y escritor Alejandro Tarruella (autor de la Historias secretas del peronismo, Guardia de Hierro, de Perón a Kirchner y Los terratenientes, entre otros) en la presentación del libro.


“Vida, luchas y pensamiento de Cacho El Kadri” de Alejandro C. Tarruella,
Editado por Sudamericana, el libro repasa la trayectoria, las tensiones históricas que la atravesaron y las impresiones acerca del camino que emprendió con una actitud ética y humana uno de los grandes referentes del peronismo.

Fuente: Tiempo Argentino, sábado 21 de Febrero de 2015

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