lunes, 11 de marzo de 2013

Alejandro C. Tarruella, poema para el compañero comandante Hugo Chávez



HOY NO QUIERO HABLAR POR LO QUE ESCRIBO

Éste es el presidente demócrata y guerrero
Que desnudó la espada en el verano
Y debió desnudarla en el invierno.
León Felipe (“Llamadme publicano” – México,1930)

Hoy no quiero hablar por lo que escribo, por lo que digo ni aún por lo que hago.
Hoy pretendo cierta distancia, un río que late en su torrentosa algarabía
para que sea nada más que un señuelo que acaso cabalgue la noche y su silencio.
Ha muerto Hugo Chávez y un rotundo murmullo se encandila en cada lágrima
en una marcha de pasos que adolecen y se duelen en el repique de esos pies
que llegan lejos, que vienen de pensamientos quejumbrosos en los cerros,
en las pequeñas viviendas que estaban en sus manos de pan y de justicia.

Quién pudiera decir todo lo que no alcanza a dibujar sobre palabras el espacio
donde el pueblo reasume su soberanía de historia, de heridas cuando calla,
en una enorme avenida que jamás comienza y no termina sino en un lamento
por el compañero que está ahí, como un resplandor, un relámpago o un rayo,
en una canción llanera o afroamericana, fantasmagorería donde bailan las palabras
jamás enunciadas porque los pueblos se yerguen de una vez, dicen lo suyo,
hacen el destino de todos, y se recogen para dejar paso a los vientos suramados.

Hugo Chavez nos lleva con él y está aquí, a la hora de la mesa o de la marcha,
compartiendo una idea que estalla en un sancochado de América del Sur
preparado cuando nadie lo espera, al que aguardan millones en el abra deslucido
de su esperanza que renace cada cien años, cada diez, y también cada día
con su cara de África, su oscura tez que todo lo esclarece, con su corazón de Orinoco,
de Amazonas, de Paraná, de Uruguay y del Plata, y resuena como un tambor
de palabras yorubas, guaraníes, quichuas y tehuelches, mordidas en barro americano.

Conocí al Comandante cierta mañana en las arenas del Congreso; trataba la historia,
la reescribía con Manuel Ugarte, con Martí, con Perón, con Artigas, Bolívar y San Martín,
decía que la historia es un relato vivo y que cada vez que convocamos a Sucre,
Sucre se repone de su ostracismo, se revuelve en las piedras, viento sur y galope.
¿Será por eso que vuelves y si vuelves, sobre la montura del tiempo con que atrapas
a los miserables en un saco roto, vibras en la luminosombra de los años, en la sur pasión
por los pobres para que no sean pobres sino ciudadanos que nos devuelvan tu nombre?

Hoy no quiero hablar por lo que escribo, por lo que digo ni aún por lo que hago.
No quiero leer poemas de oficina, escritos absurdos, presuntuosos
en estilo lírico administrativo, o a biógrafos soberbios, que salen a medrar en despachos sin fe,
pretendo que no me anden con cuentos, que no me vengan con cuentos
ni los unos ni los otros; el paso de los pueblos que a veces ruge, y a veces calla,
es una ronda a gritos en la ilusión de un niño, un caballo de madera con risas
asistida por un comandante que dice su verdad  y a veces canta por el sur
para que a la vida la cuenten los que sufren, los que luchan y los que esperan.


Alejandro C. Tarruella
Barracas al Sur, 10 de marzo de 2013

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